Restringido

Vileza y resentimiento

Hace muchos años, cuando llegué a Madrid, mi amigo Juan Manuel Golf me recomendó un gimnasio que estaba en la calle Doctor Waksman, subiendo por la Castellana, a mano derecha. Con el tiempo, se instaló el carril bus, y, al girar, había que tener mucho cuidado en advertir la posible llegada de un autobús. Circulando en una moto, mucho más pequeña que un autobús, un automóvil hizo de muro para Cristina Cifuentes, y a punto ha estado de costarle la vida.

El accidente de la delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid parece haber sacado lo peor de algunas personas que parecían normales pero que, animados por el percance, no han podido ocultar su alegría, en una impudicia de la miseria moral que casi ha llegado al exhibicionismo, en el caso de ese «¡Jódete!» lanzado en Twiter y que revela que la bajeza moral, cuando el propietario es muy soberbio, se llega a exhibir incluso con ufanía. La última valiente y conmovedora acción, que podría haber recogido Borges en «Historia universal de la infamia», fue un grupo de trabajadores de Sanidad –no creo que hubiera médicos ni enfermeras en el grupo– que se manifestaron en el hospital donde una mujer luchaba entre la vida y la muerte pidiendo que se fuera a una clínica privada (¡¡!!). La causa de esta protesta tan insólita parece tener su etiología en que la delegada del Gobierno pertenece a un partido político, el PP, que en Madrid quiere externalizar servicios y administraciones de los hospitales públicos, aunque el efecto querido de tan insólito traslado podría haber sido el fallecimiento. Si, por un casual, la víctima hubiera sido ingresada en una clínica privada, seguramente el mismo número de tontos contemporáneos se habrían manifestado para denunciar que los militantes del PP no confían en la Sanidad Pública. (Como todo el mundo sabe, los servicios de urgencia, cuando se encuentran a un herido, lo primero que hacen no es prestarle auxilios sanitarios, sino someterle a un cuidadoso interrogatorio ideológico para decidir si lo llevan a un hospital público o a uno privado).

Esta vileza tosca y grosera que considera que las desgracias personales de quien no piensa como nosotros constituyen motivo de celebración son una muestra de esa miseria moral que anida en las sociedades y que, cuando se dan las circunstancias apropiadas, logran que aflore el resentimiento y la venganza. En una guerra civil, por ejemplo, donde se denuncia para que se le asesine a quien va a misa o a quien pertenece a un sindicato. Y no es una cuestión de ideología, sino de la bajeza moral de algunas personas que creen que su indecencia queda ennoblecida por su partidismo, y entonces lucen su infamia sin disimulos. Por cierto, al doctor Waksman le dieron el premio Nobel porque descubrió la estreptomicina, pero se descubrió, más tarde, que fue un alumno suyo el real descubridor. Al farsante no le han quitado la calle, ni a los usurpadores de ideología el carné. Lo importante es que Cristina Cifuentes mejore, sane, se recupere y salga de esta. Sobre todo por lo mucho que le va a joder a ese carroñero grupo que tanto se ha alegrado de su desgracia para que así pueda sumar a su vileza mayores dosis de resentimiento.