Restringido

Yo soy Antoni y Dolors

Era la primera vez que hacían un viaje fuera de España. Sus hijos les habían regalado un crucero por sus bodas de oro. Cincuenta años juntos que podían haber sido muchos más si los asesinos de Túnez no los hubieran matado a tiros. El terrorismo global de los islamistas radicales puede convertirse en fuente de un dolor universal, pero, sobre todo, en causa de un dolor individual, personal, con nombres y apellidos como los de Antoni y Dolors. Yo, hoy, ajeno al ruido político de un año de urnas y promesas, quiero decir alto y claro que soy Antoni y Dolors como quienes salieron a las calles de medio mundo afirmando que eran Charlie Hebdo. Para ellos no ha habido manifestaciones, ni carteles con sus nombres porque sólo eran dos jubilados catalanes que se limitaban a vivir al día sin más proyección que la que ejercían sobre su gente más cercana. Como sus hijos, esos hijos que quisieron mostrarles su cariño con el regalo de dos pasajes que jamás pensaron que sólo fueran de ida. En un país como el nuestro, donde el terrorismo ha creado tanto sufrimiento es posible que hayamos perdido algo de sensibilidad ante las tragedias personales que al final se diluyen en los fríos números de la estadística. Desde el pasado miércoles no consigo quitarme de la cabeza a Antoni y Dolors, a quienes no conocía de nada y de los que me siento tan extrañamente cercano. España está repleta de gente como ellos, gente que lucha cada día por sacar su vida y la de los suyos adelante sin más preocupación que la de tener la fiesta en paz. Una paz que está rodeada de amenazas de todo tipo como que tres hijos de perra con metralletas y en nombre de no se sabe muy bien qué decidan que la vida no vale nada cuando es lo único que de verdad tiene valor.