A pesar del...

Consejos de/a la izquierda

Es un vetusto bulo socialista, presente ya en el «El Capital», a saber, que aquí el problema se reduce a un puñado de opulento

El apoyo de artistas y universitarios a la izquierda destaca en momentos en los que, como los actuales, el pueblo inflige al progresismo derrotas electorales. Pondré tres ejemplos de pensadores que recientemente se han esforzado en rescatar a la izquierda de su marasmo con sendos interesantes consejos.

Luis García Montero denunció «el impudor de la derecha cuando pone la política al servicio de las grandes fortunas», invitó a la izquierda a plantear la discusión «entre la sociedad y los millonarios que no quieren limitar sus beneficios en favor del bien común». Es un vetusto bulo socialista, presente ya en el «El Capital», a saber, que aquí el problema se reduce a un puñado de opulentos, y que expropiándolos se consigue el bien del proletariado. No era verdad en 1867 y no lo es hoy, pero conviene que los progres machaquen con ello, no vaya a ser que los trabajadores perciban que la izquierda les pasa siempre la factura a ellos, y no a los asquerosos ricos.

El profesor Danie Innerarity subrayó el moralismo prohibicionista de la izquierda, y el peligro que corre si se generaliza la idea de que «la izquierda manda, regula y prohíbe mientras la derecha reivindica una vida más despreocupada y espontánea». Invita al «gozo compartido» y concluye: «Gozar en la igualdad, la satisfacción de formar parte de una sociedad justa son formas de placer que podrían ser una alternativa positiva a su reducción individualista». Pero es posible que los individuos decidan gozar en la igualdad ante la ley, y rechazar la igualdad colectivista mediante la ley, que es la que la izquierda impone. De todas maneras, Innerarity llega tarde al diagnóstico, porque el liberal decimonónico Laureano Figuerola ya proclamó: «los socialistas son los frailes del siglo XIX».

Por fin, el diputado populista, Íñigo Errejón, planteó una propuesta para aumentar el empleo: «Hay que trabajar menos, drásticamente, y cobrar lo mismo», porque la tecnología desemboca en «más beneficio para los de arriba». La recomendación y el diagnóstico ya eran falsos en tiempos de los luditas, y lo siguen siendo ahora. Su impacto propagandístico puede haberse atenuado dada la obvia circunstancia de que la tecnología no beneficia a los ricos sino a multitudes de trabajadores, que, por cierto, tienen, gracias al desarrollo del capitalismo, jornadas más cortas y mejores salarios.