Opinión

Crimen y expiación en las rebajas

A cada mujer le corresponde el espacio imaginario de un burro o perchero para mirar e inspeccionar a sus anchas

    ¡Lo logré! Le doy un beso de tornillo a la tarjeta ¡Good girl!. Agarro las bolsas y me dirijo a la salida satisfecha, victoriosa, pienso en la bella Roberts en el Rodeo Drive de Pretty Woman, aprieto el paso erguida, segura de mí misma, impune… ¡Un momento! Comienzo a desconcertarme y contradecirme. A través de tanta felicidad y emocionalidad descontrolada (la mía y la de todas) se abren paso las dudas. ¿Necesitaba toda esta mierda? ¿Cuánto dinero he gastado?

    Miro a la cola de nuevo ¿lo devuelvo? En realidad, no quiero nada, ni esto ni lo que compré otras veces. Las prendas sin estrenar campan por los armarios y se reproducen como metástasis. ¿Cuántos pares de estiletos hay? ¡Me creo una nínfula sexy y sugerente, pero voy siempre con sneakers! (Y mallas). Desde la pandemia mi estilo es exactamente igual al de Carmela Soprano.

    Miro la cola infinita, con mayor incredulidad que las bolas que llevo en ambas manos, y vuelvo a situarme la última (yo desde las colas trabajo, emito llamadas, facturas, gestiono a mis empleados, hijos, mascotas, citas médicas, envío mails y elevo al señor las más fervientes plegarias…).

    Dejo el zafio (todo dentro y fuera de las bolsas es zafio) cargamento entre mis pies y saco el móvil. Escribo esta columna. En la cola de cualquier Zara que se precie da tiempo a plantar un árbol, tener un hijo y escribir “En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann”. Tengo tiempo para observar e inmortalizar en esta crónica a los seres, sobre todo mujeres, que pretenden aliviar la pesadez de sus cotidianidades con un chute de Inditex; las que salen de compras como quien se juega la casa al póker ¿saben?.

    Y como en un juego de naipes existe una normativa de obligatorio cumplimiento. A cada mujer le corresponde el espacio imaginario de un burro o perchero para mirar e inspeccionar a sus anchas; además, existe otra pauta que todas llevamos almacenada genéticamente, el ritmo. ¿Y cuántos kilos creen que puede sostener el brazo de una sola señora?

    Se ha dicho que en situaciones de máximo estrés una mujer de complexión media podría levantar un camión para ayudar por ejemplo a un hijo que hubiera sido atropellado, pero nadie habla de las toneladas de abrigos, vestidos y escarpines que algunas llevan en un solo brazo mientras rebuscan en Cos. No comprendo cómo la Organización Mundial de la Salud no ha regulado aún sobre el uso y abuso de las rebajas en su vertiente de compulsividad psicológica, pero sobre todo en cuanto a las lesiones musculares que pueden derivar de las mismas.

    Luego está el quedarse atrapada en un top rasposo y diminuto low cost, ¿les habrá pasado? La cuestión es que están mal hechos y no atienden a las proporciones reales de la hembra humana a la hora de distribuir los botones y cremalleras. ¡No se rían! Se pasa muy mal cautiva en su interior: palpitaciones, taquicardia, sensación de ahogo, sudoración, escalofríos, temblores, náuseas, mareos o incluso la muerte; pero por nada del mundo pidan ayuda a los dependientes. Ni salgan de su probador, que siempre hay algún zombi esperando.

    Más de una vez me ha visto semidesnuda uno de esos horripilantes hombres que una encuentra en las rebajas, con las pupilas dilatadas, transitando lentamente, desorientados, confusos, aburridos... Descuelgas un vestido y saltan sin un ojo. ¡Libérenlos!

    Señoras, por mi como si en casa les pegan con una fusta; lo que detesto de ustedes es que los arrastren a las rebajas sujetos por una correa invisible que impide a estos hombres sumisos alejarse más de un metro de sus amas, ni tan siquiera en los vestidores.

    Yo jamás llevaría a un señor a las rebajas, pertenezco a una ralea muchísimo peor: yo llevo a mis hijos. Sé que es una conducta desconsiderada y hasta incivil, pero ¿qué quieren amigas? ¡La necesidad!

    Confieso que una vez llegué a meter dos carritos en un probador y me probé un montón de cosas que iba amontonando encima de los niños. Ellos se divierten, se lo aseguro, lo malo es cuando crecen y corren insultándose entre los percheros como una estampida de ñus.

    Y ni tan mal, te obligan a frenar el consumismo, pagar rápido y encaminarte a la puerta en busca de la tranquilidad deseada que no conseguirás; prepárate, te esperan los horribles pitidos: Pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi y el poli, dado que en las rebajas_ esto está científicamente constatado_ siempre se dejan alguna alarma sin quitar.