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El trípode del domingo

«La Cruz de cada día»

Esa «cruz de cada día» la conocen todos los mortales en forma de una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el paro, la traición, la calumnia, etc. Y que Él ayuda a llevarla

El calendario litúrgico de la Iglesia destaca el 14 de septiembre con una señalada conmemoración: La Exaltación de la Santa Cruz. Es evidente que se refiere a la Cruz en la que Jesucristo culminó su Pasión redentora, muriendo para resucitar a los tres días y ascender 40 días después a los Cielos. Desde una perspectiva estrictamente humana y racional, no parece razonable «exaltar» el terrible instrumento utilizado para ejecutar –con la mayor crueldad y con publicidad– a una persona, para ponerla como ejemplo y hacer desistir a cualquier otra de imitarla. Morir crucificado era una forma de ejecución excluida en general para sus conciudadanos y reservada solo para extranjeros por los romanos, y para delitos considerados como muy graves y sangrientos. Que Jesucristo fuera ejecutado de esa forma no habiendo cometido ningún delito susceptible de ser considerado así, ya prueba hasta qué punto era considerado un peligro para los intereses de la mayoría de los miembros del Sanedrín judío. Considerar de manera creciente a Jesucristo como el Mesías prometido a los judíos y como su Rey, cuando ellos interpretaban que sería un gran personaje que dotaría a su pueblo de un gran poder en el mundo, era algo que no podían aceptar. Cristo murió voluntariamente en la Cruz para «redimir» a los hombres, es decir, para abrirles las puertas del Cielo que el pecado original de nuestros primeros padres les había cerrado. Él lo hizo posible para todos los hombres: «varón y mujer los creó», sin distinción ninguna de raza, sexo, condición económica y social, etc., con la única condición de, con libertad, intentar cumplir sus mandamientos. Resumidos en «Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo». Es decir, que murió por Amor, y dando un último ejemplo de ello, perdonando desde la Cruz a sus verdugos y a cuantos, incluso estando así, le insultaban.

Los designios inescrutables de Dios, sin duda, ya sabían de las miserias y fragilidades que acompañarían a la criatura humana durante su vida y le concedieron el sacramento de la Penitencia para perdonarle todos sus pecados. También conocía –desde su «eterno presente»– las dificultades y contrariedades de todo tipo que la acompañarían, y por supuesto, y muy especialmente, las persecuciones que acompañarían a sus seguidores, ya que «no es más el discípulo que el maestro».

Y con una sentencia que hoy se conmemora también: «Quien quiera seguirme, que cargue con su cruz de cada día, y me siga». Esa «cruz de cada día» la conocen todos los mortales en forma de una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el paro, la traición, la calumnia, etc. Y que Él ayuda a llevarla.