Al portador

Cuando Calviño acierta, en parte

«Si Cataluña vuelve a pedir prestado en los mercados, deberá pagar más que el Tesoro y encarecerá toda la deuda»

Benjamin Disraeli (1804-1881), dos veces Primer Ministro del Reino Unido, zalamero con la reina Victoria, decía que «la deuda es una prolífica madre de locura» y a veces añadía que también «de crimen». La vice Nadia Calviño continúa servicial con su jefe Pedro Sánchez, mientras confía ocupar a partir de enero la cómoda y bien remunerada presidencia del Banco Europeo de Inversiones, aunque el asunto no está cerrado, como tantos otros. Calviño se ha apresurado a explicar –y acierta– que la condonación de la deuda a Cataluña no tiene repercusión económica, porque es una simple transferencia entre administraciones. Es correcto, porque esa deuda ya era, en última instancia, del Estado, pero tampoco es intrascendente. Significa también que se avanza hacia un modelo en el que los catalanes, a través de sus partidos «indepes», deciden sobre los impuestos en toda España, como ha ocurrido con el gravamen a las «grandes fortunas», avalado, como estaba cantado, por el Constitucional, mientras los no catalanes no tendrán ni voz ni voto en las normas fiscales del Principado. Es lo que ya ocurre, de alguna manera, con el sistema foral del País Vasco y Navarra. Por otra parte, la amnistía de deuda, que Standard & Poor’s dice que, por ahora, no afectaría a la solvencia del Reino de España, también podría suponer que Cataluña vuelva a tener lo que las agencias de «rating» llaman «grado de inversión». Es lo que permite a países, Comunidades y empresas financiarse en los mercados. Cataluña debe más de 70.000 millones al Estado español, que actuó de último recurso, porque nadie le prestaba ante las dudas sobre su solvencia. Si recupera el «grado de inversión» podrá volver a endeudarse en los mercados. Eso sí, tendrá que ofrecer un interés atractivo, que será superior a que paga el Tesoro español. Puede ocurrir que, si los inversores entienden que la deuda catalana es española, prefieran la primera –más rentable– a la segunda. Y lo mismo sucedería con otras Comunidades. Es decir, más deuda y más cara. Sí, Calviño tiene razón, pero solo en parte; la condonación es neutra, pero no es inmune a otros efectos secundarios. «No hay acto de traición o mezquindad que un partido político no sea capaz; porque en la política no hay honor», decía también Disraeli.