
Canela fina
La democracia de los chiringuitos
«“Ay de los pueblos gobernados por un hombre que piensa sólo en la conservación propia”, escribió el filósofo Jaime Balmes»
Fernando Lázaro Carreter, inolvidado director de la Real Academia Española, estudió El lazarillo de Tormes y llegó a la conclusión de que la picaresca es una de las características del homo hispanus, al que Claudio Sánchez-Albornoz añadió el valor físico, la palabra rahez y el temblor religioso.
La picaresca se dio cuenta en 1976 que la nueva democracia abría las puertas a espabilados, bribones y tunantes. Y se produjo el tsunami de los chiringuitos. Media docena de amigos reunidos inventan una asociación en defensa de lo que sea y solicitan una subvención pública al Municipio, a la Comunidad Autónoma o al Gobierno. Reciben cuarenta o cincuenta mil euros anuales, a veces más, y solidifican su invento para beneficiarse todos los años de la memez de algunos políticos.
Los chiringuitos son hoy por hoy incontables. Millares y millares. Chiringuitos en defensa de los más varios animales; chiringuitos deportivos; chiringuitos contra los toros; chiringuitos en lucha contra el cambio climático; chiringuitos vecinales; chiringuitos religiosos; chiringuitos en favor del paisaje; chiringuitos gastronómicos; chiringuitos en defensa de la bicicleta y el patinete; chiringuitos por la limpieza del monte y los bosques; chiringuitos en contra de la violencia de género; innumerables chiringuitos feministas… El cuento de nunca acabar. Con una cobertura legal mínima, los alfiles de los chiringuitos sacan a las administraciones públicas subvenciones, patrocinios y ayudas varias que reavivan la tradicional picaresca popular y suponen una contribución económica en favor de los ingresos individuales o familiares. Los políticos suelen ser generosos en las subvenciones que se pagan con dinero público y no tienen en cuenta lo que en El criticón advierte Gracián: querer dar gusto a todos es imposible y a todos se termina por disgustar.
Tengo un amigo que considera progresista la defensa de las cucarachas porque limpian los desperdicios de las cocinas y sufren mucho cuando se las espolvorea con un spray o se comete con ellas la salvajada de aplastarlas pisándolas hasta que mueren entre horribles sufrimientos. Mi amigo ha creado un chiringuito en favor de que en el Congreso de los Diputados se promulgue una ley obligando a instalar en todas las cocinas un rincón en el que se refugien las cucarachas.
Tengo otro amigo, un tanto iluso, pero a veces certero, que propugna una asociación en defensa del filósofo Balmes, que escribió: «Ay de los pueblos gobernados por un hombre que piensa sólo en la conservación propia».
Luis María Anson de la Real Academia Española
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