Mariano Rajoy
Además de buena imagen, hechos
El eje fundamental del nuevo Gobierno está engarzado por algo que obsesionaba a Mariano Rajoy: cumplir con los compromisos de la Unión Europea. Dar confianza, solidez y seriedad. En tiempos en que la diferencia sólo la marca los decibelios y las prisas por llegar arriba, la estabilidad es el mayor valor que quieren presentar los ministros de Pedro Sánchez. España es un país más estable de lo que se ha propagado desde las tribunas de la oposición socialista apenas hace una semana y con unas instituciones que funcionan, capaz de preparar un relevo en el Gobierno en unos días. Pero, claro, sólo con los nombres que ocuparán las carteras no es suficiente; ahora le toca hablar a los hechos. Y Sánchez no tiene mucho tiempo. La elección del equipo económico marca claramente el tono y la agenda de mantener la estabilidad y respetar el presupuesto aprobado por Rajoy. La titular de Hacienda, María Jesús Montero, tendrá que trabajar para conseguir cumplir la meta fiscal comprometida con la Comisión Europea, fijada en el 2,2% del PIB. No tiene más margen. La tarea será supervisada por la ministra de Economía, Nadia Calviño, dedicada hasta ahora al cumplimiento estricto del presupuesto en la UE. La elección de Josep Borrell como ministro de Exteriores tiene un valor político central: a su larga experiencia política, también en la estructura comunitaria como presidente del Parlamento Europeo, hay que sumar su importante papel frente al independentismo catalán. Ahí se cerraría el mensaje que quiere transmitir este Gobierno. El nombramiento de Carmen Calvo como única vicepresidenta, con responsabilidad en Igualdad y Relaciones con las Cortes, es otro de los pivotes políticos junto al de José Luis Ábalos en Fomento, que representa a la militancia socialista más curtida en un Ejecutivo donde los altos funcionarios y profesionales conocedores de la materia que les ha tocado administrar son la base. En este capítulo de prestigio y valía, la nueva titular de Defensa, Margarita Robles, es otra designación consistente, así como el nombramiento del juez Fernando Grande-Marlaska, ejemplarmente combativo ante ETA, en la cartera de Interior. El Gobierno diseñado por Sánchez tiene evidentes tics postmodernos, donde se ha primado más el impacto mediático, es decir, lo que simboliza, la imagen que transmite, que el bagaje político de gestión. No puede escapar de esta dimensión ni Pedro Duque, al frente de Ciencia, Innovación y Universidades, ni tampoco el del escritor y periodista Maxim Huerta para Cultura. Éste en concreto fue el último nombramiento que se dio a conocer. Habrá que esperar a las primeras medidas, pero todo indica que no será un Gobierno que pueda prolongarse mucho en el tiempo –Sánchez llegó a hablar ayer de meses–, diseñado electoralmente para construir la imagen de un PSOE que pueda consolidarse en el poder. Es un equipo que en los niveles de mayor responsabilidad da muestras de ser sólido, con tareas muy claras, pero que no cuenta con apoyos suficientes para emprender políticas propias con ambición. Esa es la verdad y, por mejor imagen que pueda dar, la política efectiva se basa en legislar a favor de la mayoría. Tampoco pueden pasar desapercibidas las once mujeres frente a seis hombres. Es, sin duda, un mensaje claro y reivindicativo a la sociedad, pero del que tampoco debe abusarse para no entrar en un debate de género ideologizado y frentista. Esa voluntad de una presencia masiva de ministras debe alegrarnos porque es reconocer que en España hay menos discriminación –en los niveles ejecutivos que en los inferiores–, como país tolerante y abierto que somos, en contra de lo que muchos anuncian. La imagen cuenta y vende, pero serán los hechos los que medirán el éxito o el fracaso de este gabinete.
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