PSOE
Electoralismo con la eutanasia
El PSOE, como la mayoría de las formaciones socialdemócratas europeas, atraviesa un difícil período de indefinición ideológica, incapaz de ofrecer alternativas políticas a un modelo social y económico del siglo XXI que, en los países occidentales, al menos, responde a los mecanismos de globalización y libre mercado, que ha superado los conceptos de clase y que tiene perfectamente interiorizado las obligaciones del estado del bienestar. Por supuesto, existen otros modelos de izquierda, como el de Venezuela, donde prima las estatalización de los medios de producción, el control de la competencia y la nacionalización del crédito, con los resultados previsibles, pero no parece que sea la opción por la que se vaya a decidirse el socialismo europeo para escapar de su laberinto. De hecho, en ninguno de los grandes debates contemporáneos, desde las nuevas tecnologías a la llamada economía colaborativa, desde los procesos migratorios a la lucha contra los fenómenos terroristas, los partidos socialdemócratas presentan programas de actuación genuinos y diferenciados de las políticas generales del centro derecha, salvo, tal vez, en la acentuación de la sentimentalidad y en la radicalidad de los modelos de comportamiento social, que antes se dejaban a la esfera de las crencias religiosas o de las convicciones morales. En el PSOE, esa búsqueda de voces propias ha tenido como referente el «progresismo social» y como muleta el enfrentamiento de baja intensidad con la Iglesia, objeto de los mayores alardes legislativos cuando los socialistas están en la oposición, pero que, luego, no acaban de traducirse en hechos. Permítasenos este largo preámbulo para denunciar que no es la primera vez que el PSOE promueve a efectos electorales debates de gran sensibilidad social para, bien, marcar diferencias con los partidos del centroderecha que, desde sus prejuicios, considera insensibles a los problemas que afectan a la raíz de las personas, o, bien, para adelantar por su izquierda a otras formaciones más radicales de su mismo espectro ideológico, con las que no puede contender en el campo de los modelos económicos. Es el caso de la eutanasia, cuya despenalización se incluyó en el programa electoral socialista de 2004, para dejarlo morir parlamentariamente en 2011, y que ahora vuelve a ser planteado por su secretario general, Pedro Sánchez, como si fuera una demanda general de la población y supusiera, además, la panacea a un problema tan complejo y sensible como es el de la muerte digna. Pues bien, como ya advirtieron las encuestas de opinión a los impulsores del anterior proyecto socialista, el rechazo a la eutanasia es socialmente transversal, es decir, afecta a los votantes de todos los partidos, e, incluso, podría afirmarse que es entre los simpatizantes del PSOE donde se registran mayores índices de oposición. Además, no se trata de un problema que acucie a una sociedad que, independientemente de sus creencias religiosas, se manifiesta mayoritariamente contraria a la prolongación inútil de la vida en los enfermos terminales, no admite el llamado «encarnizamiento terapéutico, y confía en un sistema sanitario que lleva décadas desarrollando los cuidados paliativos y las unidades del dolor. La eutanasia, en lo que realmente significa de suicidio asistido o consentido, puesto que no sólo se aplica a enfermos terminales, merecería un debate en profundidad, que, desde luego, no entra en los parámetros electoralistas del PSOE. La cultura de la muerte ha existido desde que la humanidad caminó sobre la tierra, pero no debería tomarse tan a la ligera.
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