Castilla y León
Las oscuras primarias de Cs
Albert Rivera ha emprendido la estrategia de ir recogiendo ex cargos damnificados de las pugnas partidistas, a izquierda y derecha. Es como el sistema de «cremallera» en las listas paritarias –hombre, mujer, hombre...–, pero con supervivientes del PP o del PSOE. Se supone que la suma de uno y otro lado debe dar el resultado exacto de lo que es el centro político, que es a lo que aspira Cs, como si fuera la proporción áurea como camino infalible para alcanzar la «belleza divina». Aunque, de no salir, el producto será un desastre, porque en política hay factores que no los da la geometría, sino la ambición desmedida, en este caso. La apuesta personal de Rivera, Silvia Clemente, para Castilla y León, ha fracasado rotundamente. No fue elegida en el proceso de primarias de Cs, constatando que el candidato-paracaidista no es bien recibido por las organizaciones territoriales. Además, el caso catellanoleonés merece una reflexión aparte por la anomalía en el propio proceso de elección. A la espera de una razón más convincente por parte de los dirigentes del Cs, parece que se ha intentado un vulgar fraude, un pucherazo. Tras la primeras sospechas de que se habían contabilizado más votos favorables para la candidatura de Silvia Clemente, recién desembarcada del PP –donde ha tenido una larga trayectoria como consejera y presidenta de las Cortes–, a petición del candidato Francisco Igea, la Comisión de Valores y Garantías del partido ha estudiado el caso. Tras un nuevo recuento, el secretario general de Cs, José Manuel Villegas, ha reconocido que 82 votos nulos fueron contabilizados a favor de Clemente. El motivo de este garrafal «error humano» todavía no ha sido debidamente justificado de manera convincente, y de muy poco sirve que, como ejemplo de que «tenemos un sistema suficientemente robusto», sea poder detectar «este tipo de incidencias», según Villegas. Habrá que admitir que atribuir 82 votos nulos a la candidatura oficialista propiciada por Rivera deja gravemente dañada la credibilidad de un partido que ha hecho bandera del regeneracionismo y de exigir unas pautas de ejemplaridad a los otros que, por lo que vemos, no se aplica a sí mismo. La versión oficial no es convincente y deja en muy mala posición a Cs y, de manera especial, a su líder. La opción de Rivera de optar por una veterana militante del PP y de larga experiencia institucional, para lo bueno y lo malo, ha resultado nefasta. No sólo no ha salido respaldada, sino que ha dejado al descubierto un método nada ejemplar de imponerla. La prueba más directa es que el candidato vencedor de las primarias no quiere incluir su nombre en las listas, dejando descarnadamente enfrentada el 51% de la organización frente al 47%. El intento de que José Ramón Bauzá encabezara las listas en Baleares después de estar una legislatura al frente del gobierno del PP en las Islas, insiste en la misma cuestión: la nueva política –como también en Podemos– empieza a entender a su partido como un puro instrumento para conseguir cuotas de poder. Rivera aspira a manejar Cs sin las mínimas garantías democráticas que tanto ha exigido a sus adversarios. Y lo que es más preocupante: tras el pacto de Andalucía con PP y el apoyo de Vox que permitió que el PSOE dejase la Junta, Cs está sumido en la más absoluta desorientación, sin una política clara de quiénes deben ser sus aliados. Parece que Rivera es consciente de que tiene serios candidatos a arrebatarle su espacio político, pero que ni siquiera sabe defenderlo porque no tiene un proyecto claro. Los sucedido en Castilla y León habla por sí mismo.
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