Egipto
No es cuestión de gestos
Es comprensible, incluso podría ser loable, que los países que integran la Unión Europea, genuinamente democráticos, actúen en el campo de la diplomacia para tratar de acabar con el «impasse» en el que se encuentra el proceso de paz en Israel, pero el reconocimiento unilateral del Estado palestino no es sólo un brindis al sol, válido para contentar a unas opiniones públicas muy mediatizadas por la propaganda, sino que puede conseguir el efecto opuesto al buscado, dando a entender a una de las partes que no es preciso cumplir con sus compromisos para obtener el reconocimiento internacional. Porque la raíz del problema se halla, precisamente, en la imposibilidad manifiesta de la llamada Autoridad Palestina para acabar con el terrorismo que anida entre sus filas y que ha esterilizado todos los esfuerzos de paz realizados en los últimos veinte años. Las repugnantes escenas de alegría desbordada vividas ayer en Gaza y en otras localidades palestinas para festejar el asesinato a sangre fría de cuatro rabinos que oraban en una sinagoga de Jerusalén demuestran hasta qué punto se está lejos del cumplimiento de una de las condiciones inexcusables para alcanzar la paz: el reconocimiento por parte de los palestinos del derecho de los israelíes a existir como pueblo. Percepción que los ciudadanos de Israel tienen perfectamente interiorizada por la experiencia de los hechos. Se argumentará que entre los judíos también habitan extremistas incapaces de avenirse al entendimiento, pero se olvida con demasiada frecuencia que el Estado de Israel, democrático y con un sistema judicial independiente, actúa con energía contra aquellos de sus ciudadanos que recurren a la violencia terrorista. Si algo han demostrado los distintos gobiernos israelíes es su disposición a cumplir los acuerdos firmados, aun en las condiciones internas más difíciles. Tras la paz con Egipto, fueron retirados los asentamientos judíos establecidos en la península del Sinai y lo mismo sucedió con las colonias de la Franja de Gaza, desmanteladas pese a la dura contestación de los movimientos radicales sionistas. En ambos casos, Tel Aviv no sólo hizo honor a sus compromisos, sino que, en el caso de Gaza, los mantuvo pese a la eclosión de Hamas, auténtico responsable del fracaso de los acuerdos de Madrid y Oslo. De la misma forma que no se puede entender la política de seguridad israelí, con la extensión de los muros de separación, sin los brutales ataques sufridos por su población en discotecas, restaurantes, centros comerciales y líneas de transportes, no será posible llegar a una paz duradera sin que los palestinos reconozcan la realidad del Estado de Israel y acepten un modus vivendi con sus vecinos. Y, a partir de ahí, será bienvenida toda la colaboración política y financiera del mundo occidental. Lo demás son gestos inútiles.