Kuala Lumpur

Rusia debe responder

La guerra –no declarada– de Ucrania ha entrado en un capítulo decisivo a raíz del derribo de un avión comercial que ha costado la vida a 298 pasajeros. Los autores de este brutal ataque contra un objetivo civil tal vez no calcularon las consecuencias de su acción criminal y, muy posiblemente, cometieron el error de confundir el vuelo MH17 con destino a Kuala Lumpur con un objetivo militar enemigo, pero el suceso ha mostrado a la opinión internacional que el conflicto desencadenado en Ucrania está fuera de todo control y es un verdadero problema para la seguridad en el mundo. Toda la comunidad internacional busca respuestas a una tragedia en la que la responsabilidad de Rusia, según todos los indicios, es cada vez más evidente. El presidente estadounidense, Barack Obama, realizó ayer una declaración pública y fue muy claro en marcar las responsabilidades de este suceso: el avión fue derribado por un misil desde una zona controlada por los separatistas rusos y añadió que éstos cuentan con el apoyo de Rusia, que les facilita armas y entrenamiento. En el Consejo de Seguridad de la ONU, en una reunión de urgencia, la representante de Estados Unidos fue todavía más precisa: el misil que atacó el avión de Malaysia Airlines es un SA-11 de fabricación rusa –al que los propios rusos denominan «Buk»– y es «improbable», dijo, que los separatistas pudieran manejar este sistema «sin la ayuda de personal con conocimientos», por lo que no descarta que hayan recibido asistencia de militares rusos. Por su parte, Angela Merkel señaló directamente a Rusia como responsable de lo ocurrido. De momento, Putin se ha limitado a añadir más confusión al de por sí ya complejo mapa abierto en Ucrania al responsabilizar a Kiev de la tragedia, ya que ésta ocurrió en su territorio. El presidente ruso insiste en la provocación, ya que es evidente que la zona desde la que se lanzó el misil está controlada por los rebeldes enfrentados al Gobierno ucraniano prooccidental. Es urgente una investigación internacional sobre el ataque –que ha dejado víctimas de decenas de países–, lo que obliga al cese inmediato de los combates y a que Rusia deje de suministrar material militar a los separatistas. Desde que el pasado febrero unidades rusas «no identificadas» pusieron en marcha la invasión de Crimea, quedó clara la estrategia del Kremlin: un juego medido de confusión en el que los militares iban con pasamontañas y sin identificar y que, escudándose en el anonimato de las operaciones, han conseguido invadir un país como Ucrania y anexionarse una parte ante la pasividad de la comunidad internacional. Una política de hechos consumados que pisotea el principio de soberanía, los tratados internacionales y la paz. La muerte de 298 civiles inocentes es un ataque que, por la seguridad en el mundo, no debe quedar impune.