Elecciones 10-N

Sánchez no podrá rehuir la economía

La Razón
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no parece que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, hubiera contemplado entre las variables de su estrategia política el acelerado deterioro de la situación económica general. Al menos, así lo indica la casi total falta de respuesta de los miembros de su Gabinete a las sucesivas luces de alarma de los principales indicadores económicos y financieros. Si por desconocimiento, el PSOE, que es el partido del Gobierno y al que las encuestas, todavía, sitúan como el más votado en las próximas elecciones, no había incluido en los parámetros de su campaña electoral un asunto de tan capital importancia para los electores, es evidente que se equivocaba. Pero si pretendía negar la evidencia, el error puede ser catastrófico para sus aspiraciones, puesto que la sociedad española no sólo no ha olvidado lo que supusieron los famosos «brotes verdes» con los que los responsables socialistas de entonces trataron de eludir la magnitud de la crisis financiera que se anunciaba, sino porque la mayoría de las familias españolas sufrieron de alguna manera sus consecuencias y están muy sensibilizadas ante la posible repetición del escenario. Una prueba de que los ciudadanos miran con preocupación el futuro la podemos encontrar tanto en la caída del consumo de los hogares, como en el incremento extraordinario de la tasa de ahorro, el mayor en los últimos diez años. Ahorran su dinero, incluso, en cuentas corrientes bancarias que no producen intereses. Asimismo, un indicador de naturaleza demoscópica como es la tasa de paro existente en el mes que se celebran las elecciones, que «NC Report» ha elaborada para LA RAZÓN, advierte de que en períodos de desaceleración, con deterioro del mercado laboral, hay una mayoría de electores que se inclinan por votar a formaciones de centro derecha, por entender que son las que mejor gestionan los momentos de crisis. Así, José María Aznar ganó sus primeras elecciones en 1996, con una tasa de paro del 21,6 por ciento –que luego redujo al 10,4–, y Mariano Rajoy lo hizo en 2011, cuando el nivel del desempleo había trepado hasta el 22,8 por ciento. Sin embargo, a las tozudas previsiones de los mercados internacionales y los insistentes avisos de los reguladores económicos, –como los del Banco de España, a propósito de los problemas del sistema de pensiones y el déficit creciente de la Seguridad Social– la respuesta del Gobierno socialista en funciones se balancea entre las acusaciones de catastrofismo y las expresiones de puro voluntarismo. Pero, tarde o temprano, de motu propio o a remolque de los adversarios políticos, Pedro Sánchez tendrá que admitir que la economía va a jugar un papel determinante en el resultado electoral, casi tan importante como el de la crisis en Cataluña, cuyas repercusiones prácticas, aunque temidas, aun están por determinar. Comprendemos que para un candidato que había planteado una campaña basada en la expansión de los gastos sociales y en el razonable mantenimiento del crecimiento de nuestra economía, se trata de un giro dramático en el argumento, pero, no menor, del que tendrá que afrontar su principal adversario, al que, forzosamente, le tocará el papel de Casandra. En cualquier caso, y como primera providencia, convendría a los diseñadores de la campaña socialista evitar en esta ocasión ciertos gestos electoralistas, como los «viernes sociales», que pueden ser traducidos por un amplio sector del electorado como ejemplo de despilfarro y aviso a navegantes. Con un factor añadido: que la situación de la deuda pública española, que casi roza el 100 por 100 del PIB, y los compromisos adquiridos con nuestros socios de la Unión Europea, dejan sin más margen de acción al Gobierno que reducir el gasto público o incrementar la presión fiscal. Malas cosas para hablarlas en plena campaña.