Roma

Sólo hay un Papa en Roma

La Razón
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La imagen, hasta ayer inédita, del abrazo de dos Papas – uno emérito– no debería confundir a nadie. Sólo hay un Pontífice gobernando la Iglesia. Y es, precisamente, el Papa dimisionario, Benedicto XVI, quien ha extremado los gestos para acabar con cualquier duda que pudiera surgir entre los fieles ante una situación de la que no hay precedentes, al menos desde que se tienen referencias escritas. Desde la vestimenta hasta el lugar que ocuparon cada uno en el vehículo oficial, el Papa emérito dejó claro, con mucho tacto, que su compromiso de «sujeción y obediencia» a su sucesor, expresado al tiempo de su renuncia, era firme. Nada que no confirme los rasgos de humildad, sabiduría y amor por la Iglesia que siempre han adornado a Benedicto XVI. La respuesta de Su Santidad, Francisco, de profundo afecto y respeto hacia su predecesor – «Somos hermanos», le dijo el Papa a Benedicto XVI cuando éste quiso cederle el lugar de honor en la capilla del palacio apostólico de Castel Gandolfo– reafirma la realidad de una transición sin trastienda, por más que desde los habituales sectores antirreligiosos se trate de crear confusión. Ayer, Francisco y Benedicto XVI mantuvieron una conversación privada que se prolongó durante cuarenta y cinco minutos. Nada de su contenido ha trascendido, pero a nadie se le debería ocultar que el Papa emérito ha puesto las bases para que su sucesor aborde las reformas que precise la Iglesia, pero siempre desde su personal criterio. En la historia de la Iglesia, cada pontificado tiene su propio carisma, en el que es posible advertir acentos diferentes y enfoques distintos ante los desafíos y las circunstancias a los que haya que hacer frente. Así, podrá hablarse de un papado más espiritual o más doctrinal; con mayor incidencia en lo pastoral o en el progreso teológico pero, en cualquier caso, siempre fiel a los principios fundamentales que han conformado la Iglesia católica a lo largo de sus dos milenios de historia. Quienes, dejándose llevar por su propia ideología, pretenden trasladar la idea de que Francisco va a cambiar los fundamentos de la Iglesia, o se equivocan o se buscan excusas para la crítica y el rechazo a posteriori. Olvidan que Benedicto XVI presentó su renuncia porque no se encontraba con fuerzas, ni físicas ni espirituales, para coronar la tarea de reforma de la curia y la necesaria corrección de conductas que él mismo había comenzado. Francisco es el llamado a culminarlas. No hay que buscar posiciones enfrentadas, ni bicefalias, ni dualidades. Su Santidad, con el encuentro de ayer en Castel Gandolfo, ha querido expresarlo con normalidad, con la misma sencillez con que viene abordando los primeros pasos de su pontificado: expresando el gran respeto, cercanía y afecto que le unen a su antecesor.