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Engorilados
Más que una escultura, es un muñeco hecho de una manera primaria y efectista que se supone representa a un gorila, pintado además de rojo chillón
De vez en cuando, los ayuntamientos incluso aciertan en sus iniciativas. Ese ha sido el caso reciente del de Barcelona cuando se ha conocido que ha multado a un vecino por afear la fachada de su edificio con una escultura de Orlinski. Entendámonos, no digo que el acierto sea multar, sino que el ayuntamiento ha acertado al poner sobre la mesa el debate de cómo combatir la contaminación estética que sufren nuestras calles.
Lo cierto es que la escultura de Richard Orlinski es rudimentaria de narices. Más que una escultura, es un muñeco hecho de una manera primaria y efectista que se supone representa a un gorila, pintado además de rojo chillón. Para rematar esa cumbre del intelecto, el supuesto artista le ha puesto a su obra el título de «Wild Kong». Guau. Qué muestra de ingenio más adánico y original. Debe ser un cinéfilo (aunque no precisamente de la nouvelle vague).
En lo que ha sido verdaderamente sagaz el ayuntamiento ha sido en darse cuenta de que no se trataba de una simple exhibición privada, sino que en la terraza que lucía el adefesio de Orlinski, se ubicaba un negocio del propietario a quien el sobresalto estético servía para captar la atención. Eso ha dado lugar a un tira y afloja entre el particular y el consistorio, en el que el primero ha cometido el error de recurrir al propio artista para que lo defienda. Este, con unos argumentos bastante pobres, se ha mostrado indignado porque el ayuntamiento haya, según él, confundido su obra artística con publicidad. Las risas se han oído en cien kilómetros a la redonda porque la labor del interfecto se caracteriza precisamente por su simple efectismo y un facilón intento primitivista de llamar la atención.
Captar la atención es el próximo valor monetizable del siglo veintiuno. No se dejen engañar por tantos innumerables captadores que pretenderán pasar por artistas.