Y volvieron cantando

Esa distorsionadora ley electoral

Los nacionalismos e independentismos periféricos radicales ya no tienen en cuenta al grupo más votado como mejor postor, sino al frente de la izquierda como socio exclusivamente preferente

El debate sobre la modificación de la ley electoral para evitar que minorías periféricas acaben teniendo ley D´Hont en mano la llave de la gobernabilidad nacional es ya tan viejo como el hilo negro, sobre todo porque durante esas décadas en las que el bipartidismo estaba realmente consolidado, el partido ganador no tenía reparo alguno en negociar –eso sí, a precios razonables– la investidura de su candidato y un mínimo de estabilidad política a través de acuerdos de legislatura con CiU –los de antes– y PNV –este el de siempre pero sin la sombra de Bildu– unos acuerdos que se daban por hechos con el partido más votado y que no iban más allá de porcentajes en la gestión del IRPF o la cesión de transferencias que nunca tocaban la medula del Estado. Se negociaba con Felipe González frente a un Pujol que apuntaba aquello de «Cataluña también es estado» o con José María Aznar frente a un líder del PNV, Xabier Arzalluz, dando cuenta de un lechazo en Burgos y su «me gusta este José María».

La ley electoral que beneficiaba a PSOE o a PP indistintamente según quién ganaba las elecciones sigue siendo hoy la misma, aunque se da la circunstancia de que esos partidos no son ya los mismos, sumándose además otros actores nada cómodos, con lo que la distorsión de la norma se hace mucho más evidente y sobre todo nociva. A saber, el frente de la izquierda PSOE y Sumar –antes Unidas Podemos– y el frente de la derecha PP y Vox representan un amplio porcentaje del electorado y pueden superar a la otra parte en número de votos según cada circunstancia manteniendo sus suelos y techos aproximados, pero ante la dificultad de que por sí solos consigan una mayoría absoluta, el comodín definitivo recae sobre esos nada despreciables 30 a 40 escaños de los nacionalismos e independentismos periféricos radicales que ya no tienen en cuenta al grupo más votado como mejor postor, sino al frente de la izquierda como socio exclusivamente preferente, sencillamente porque ERC, Bildu, un PNV en competencia con los abertzales y Junts, que ya no es CiU sino la máquina de los líos teledirigida desde Waterloo, son ahora la antítesis de todo lo que suena a derecha. Una distorsión que puede arrumbar demasiado tiempo al PP en el rincón de la oposición aun ganando elecciones. Difícil arreglo.