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El silencio de los corderos
«Comparan el velo de las mujeres musulmanas con el de las mojas cristianas en un alarde de ignorancia enciclopédica»
Nos enseñaron a ver el Islam como religión, cuando en realidad es «mucho más» que una creencia religiosa. Quizás por eso ha calado tanto en el imaginario social el «pecado» de «islamofobia», convertido en algo así como un crimen imperdonable, perseguible incluso con violencia. No se tolera porque se asocia indefectiblemente con «racismo y xenofobia». Pero el Islam no es solo una religión. Es también un sistema político. Entonces, ¿porqué, desde cuándo, está prohibido por leyes no escritas, pero de una rudeza social intimidante, discrepar de un sistema político? En las tertulias de actualidad, tan apasionadas, estos días se podía ver a los/as desinformados/as habituales, en su ardorosa defensa de «la fiesta del cordero» en los espacios públicos, comparar el velo de las mujeres musulmanas con el de monjas cristianas, haciendo un alarde de ignorancia enciclopédica que haría sonrojarse a las piedras. Platón creía que la ignorancia es una enfermedad del alma que impide alcanzar la verdad y la virtud. Siguiendo esta línea, defendían el velo «porque también lo llevan las monjas», y «la fiesta del cordero» como si en vez de una celebración sangrienta que sacrifica animales desangrándolos sin sedarlos, fuese una romería de pijamas, con confeti, donde los corderos son homenajeados. En efecto, el velo significa sumisión a Dios, humildad. Pero las monjas elijen libremente llevarlo, y son muy pocas: el velo no es obligatorio para «todas» las mujeres cristianas. El «hijab», sin embargo, es una imposición para toda mujer musulmana rigorista a partir de la pubertad. Comparar ambos velos es una muestra de desatino moral, falta de cultura general, de sectarismo, o de todo a la vez. Indica que los argumentos escasean cuando se trata de defender lo insostenible desde la racionalidad, y que «el progresismo» utiliza excusas «regresistas» cuando ya no le queda ninguna. Muchos animalistas (yo lo soy) dispuestos a atacar la «fiesta» de los toros también enmudecen cuando la víctima es el pobre cordero. Hoy, Buffalo Bill, el psicópata personaje transgénero de «El silencio de los corderos» de Thomas Harris, es considerado una creación «tránsfoba y homofóbica». Pero los corderos siguen bramando igual de aterrorizados antes de morir. Los tiempos cambian. Pero no tanto.
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