Apuntes
Esas simplezas que adornan a las Belarras
Irene Montero propone legalizar a inmigrantes que hace dos generaciones que son españoles
Estalla lo de Torre Pacheco y la inefable Irene Montero, la del «solo sí es sí» por si ya no recuerdan que fue ministra y que ahora ejerce de eurodiputada a 10.000 euros al mes, más otros 5.000, también mensuales, para gastos de oficina, suelta aquello de que la solución es regularizar a los inmigrantes irregulares, simpleza que se comenta por sí misma si tenemos en cuenta que, en la localidad murciana, los supuestos problemas migratorios los protagonizan adolescentes y jóvenes de segunda generación, la inmensa mayoría ya con la nacionalidad española, es decir, los hijos de los marroquíes que llegaron a estas tierras hace veinte o treinta años al calor de la potente industria agroalimentaria murciana. No hay, pues, un problema de papeles, sino un problema mucho más grave de integración de unas gentes mestizas culturalmente de dos mundos, el de origen de sus padres y el que los vio nacer, pero a quienes no se acepta plenamente en ninguno de los dos. Ni en Marruecos, donde son «españolitos», ni en España, donde son, piadosamente, «moritos».
Y si le añadimos a la ecuación factores comunes como las altas tasas de fracaso escolar, las escasas perspectivas laborales de los jóvenes, condenados a sueldos decrecientes que no dan ni para pagar el alquiler, tendremos unos grupos, poco numerosos, hay que advertirlo para que los de Buxadé y demás compañeros mártires no se me vengan arriba, que lo mismo entretienen sus ocios infinitos, es decir, sus aburridos días, a base de porros, que los ves en las pandillas urbanas de trinitarios y otras tribus, no muy diferentes a las que agrupan a los jóvenes ultras, de izquierdas y derechas, muy españoles todos ellos, que pululan por los campos de fútbol y no le hacen, por supuesto, ningún asco a las sustancias tóxicas, a la maldita propaganda de las redes sociales y, de paso, a la pornografía omnipresente.
Ahí le dejo estos apuntes a mis admiradas Belarras, esas mujeres empoderadas de magníficos y envidiables sueldos en trabajos poco exigentes, para que propongan esas soluciones fáciles a problemas concretos que tanto entretienen las horas de los jubilados con poco que hacer.
Por lo demás, señalar lo evidente. Primero, que nadie nos va a solucionar los problemas migratorios. Segundo, que la inmigración se gestiona en casa, dentro las fronteras, y es utópico pensar que las élites que se benefician en sus países del fenómeno migratorio vayan a echarnos una mano. Tercero, que la única fórmula para garantizar la convivencia es que todos, pero absolutamente todos los ciudadanos que residen aquí cumplan las leyes y normas vigentes, desde las ordenanzas municipales al Código Penal, asunto que, por lo visto, se la trae al pairo a los ministros Marlaska y Bolaños.
Y, cuarto, pero no menos importante, deberíamos reconocer que la inmigración que está en España ya la querrían para sí los países de nuestro entorno, desde Suecia a Francia, que han cometido todos los errores progresistas posibles, fruto, en el fondo, de un sentimiento de superioridad racial, y han creado unos estupendos guetos. Salvo en Cataluña, no parece que corramos el riesgo de acabar como esos barrios de París, Marsella o Grenoble donde no puede entrar la Policía sin tirar de pelotas de goma y gases lacrimógenos. En fin, esas cosas de la inmigración moderna. Nada que las Belarras parezcan capaces de entender.