Quisicosas

España está a tiempo

¿De verdad es imposible organizarse para que toda esa mano de obra redunde en su alegría y nuestro bienestar?

La palabra ha sonado como un trueno en Alemania. Nadie osaba pronunciarla desde la Segunda Guerra Mundial, pero la ultraderecha del partido AfD sube como la espuma -ya está en el 21,5 por 100 de los votos al Parlamento- y en Sajonia, en Turingia, en Brandemburgo va en cabeza. Al canciller socialista no le ha quedado más remedio que llenarse con ella la boca: deportación. Van a deportar inmigrantes ilegales. La policía ha empezado a patrullar intensamente las fronteras con Polonia, Ucrania y Austria para detectar emigrantes ilegales.

Sencillamente, ya no cabe nadie más. En 2022 vivían en el país 23 millones de personas procedentes del extranjero (el 38,7 por 100 de la población). Doce millones han obtenido ya el pasaporte alemán y 11,6 son emigrantes. El mayor grupo es de origen turco (2,8 millones), hay 2,2 millones de polacos; 1,4 millones de rusos y a continuación, vienen los procedentes de las recientes guerras de Siria y Ucrania. La nación germana tiene acogidos un millón doscientos mil sirios y más de un millón de ucranianos. Los polideportivos de emergencia, los poblados temporales, los campos de acogida están llenos. En Offenbach, el 44,5% de la población es de fuera; en Munich, el 33,4 por 100; en Frankfurt, el 32,7.

Y la “palabra maldita” tiene efectos directos sobre nosotros. Los inmigrantes que llegan a Melilla, Ceuta, El Hierro o Almería confiesan que su objetivo no es España, que albergan la esperanza de pasar a Francia y acogerse después las subvenciones y ayudas germanas. Si no pueden llegar allí, se quedarán aquí.

Nuestras tasas de acogida son ridículas en comparación. Un millón y medio de emigrantes en total (el 3,14 por ciento de la población), procedentes sobre todo de Marruecos, Rumanía y Colombia. Paradójicamente, necesitamos con urgencia mano de obra extranjera. La patronal comunica que faltan 150.000 trabajadores en hostelería, agricultura y construcción y el gobierno cifra en 30.000 los conductores de camiones y autobuses que hacen falta. En toda la península se busca quien pilote transporte escolar, trailers internacionales, cabezas basculantes. ¿A alguien se le ha ocurrido que es de urgencia un plan nacional de inmigración e inserción? No hago más que preguntarme qué problema tendríamos en formar conductores (el carnet hoy en día es prohibitivo para ellos) y trabajadores cualificados para obras.

A medida que el norte de Europa frene la llegada de subsaharianos y ciudadanos del Este, nuestros país va a ver acumularse los inmigrantes. Las aulas de voluntarios de Cáritas y de las parroquias que enseñan castellano en Roquetas o Aguadulce están a reventar. ¿De verdad es imposible organizarse para que toda esa mano de obra redunde en su alegría y nuestro bienestar?