Quisicosas
A Franco lo arrolló el Scalextric
La Transición fue un milagro de la libreta de ahorro, Occidente en las leyes, el Rey soltando cuerda y los mil protagonistas cediendo en un consenso imposible
Para nosotros los «boomers», Franco fue el abuelo que salía en las pesetas. Contaba la gran Rosa Montero, en «El País», el miedo que pasó en la Transición con los asesinatos de ETA, FRAP y Grapo y leyendo en Interviú listas de posibles víctimas de la ultraderecha. Para mí el Interviú fue sólo una misteriosa revista guarra, porque no había visto en porretas ni a mis padres. Rosa me lleva quince años, cuando esa generación falte se habrá perdido el trauma de las carreras con los grises, las manifestaciones reprimidas, las noches en la DGS de la Puerta del Sol. Esos universitarios vivieron desde el 73 una batalla de liberación que coincidió con su revolución sexual. Los pequeños, en cambio, que nacimos en los sesenta y los setenta, amanecimos a la cordura con España próspera, la Guerra Civil enterrada y la cultura renovada por el turismo, la apertura al extranjero y la música de la «movida madrileña», que ya no fue ideológica sino estética.
La cuestión generacional explica que el franquismo significase a la vez «matanza» y «gloria» (según fuese el abuelo represaliado o vencedor), «prosperidad» para los padres y «mayo del 68» para los nietos de veinte. Más raro es, como indicaba aquí Martín Villa, que «los políticos ahora elijan ser nietos de la guerra y no hijos de la transición». Una opción peligrosamente artificial porque yo tengo 60 años y Pedro Sánchez, 53 (¡!). Para los mocosos, el tardofranquismo fue el Scalextric y el Cinexin, la Nancy y los Madelman, los «flashes» de colores, las «panteras rosas», los bolis BiC... El mundo plástico que describí en mi novela, «Los tiempos modernos». Al régimen lo arrollaron, aun en vida de Franco, los americanos, Perpiñán, las suecas en biquini, los «tupperware» y los electrodomésticos. Dile a una mujer que trabaja que pida permiso a su marido para viajar, dile que tenga ocho hijos.
La Transición fue un milagro de la libreta de ahorro, Occidente en las leyes, el Rey soltando cuerda y los mil protagonistas cediendo en un consenso imposible. Una ensalada mágica de republicanos, monárquicos, comunistas, católicos, demócratas y falangistas haciéndole pulso al imperioso ADN español, porque queríamos paz, sobre todo paz. La guerra nos había bastado... y eso se nos transmitió incluso a los pequeños. Una mañana doña Carmen se topó con Alaska y los collares de perlas se quedaron paletos y languidecieron como las hojas de los árboles en otoño. Adolfo Suárez sedujo a nuestras madres con una sonrisa morenaza y, en el patio, las monjas nos pillaron tocando a la guitarra «Libertad sin ira»... y les pareció muy bien. Para mí que todo aquello hizo más que el esfuerzo de Paca Sauquillo, y no quiero minimizar.