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Editorial

No habrá milagros ni atajos para Ucrania

Con Putin sentado en una posición de fuerza, en una mesa en la que Trump no acaba de descubrir su juego, y con Europa como un ente evanescente, no habrá milagros para Kiev

Una corriente de optimismo recorre las cancillerías occidentales sobre las perspectivas abiertas para el final de la guerra en Ucrania después de la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. La clave del discurso repetido por los principales mandatarios europeos se ciñe a que los progresos del encuentro, aunque por supuesto no definitivos, han resultado de honda relevancia. Sirvan como ejemplo las palabras del primer ministro británico Keir Starmer, que aseguró que los esfuerzos del presidente estadounidense han acercado «más que nunca» el desenlace de la confrontación, o las del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, que habló de que «el mundo es un lugar más seguro» gracias a la cita. Se han sucedido en las últimas horas múltiples comunicaciones a todas las bandas posibles sobre el día después del encuentro de Alaska y la próxima conversación entre Trump y Zelenski. Desconocemos los términos en los que se está jugando la partida entre solo dos jugadores, que ya es de por sí una anomalía, como son el Kremlin y la Casa Blanca, pero la experiencia y la prudencia nos hacen vacilar y medir esa euforia occidental que por instantes nos parece en exceso impostada. Conocemos a Putin, también a Trump, y, por supuesto, a ese convidado de piedra que es Europa, ensimismados en sus cumbres y sanciones a Moscú, tan escasamente útiles en la diplomacia, la geoestrategia y, lo que es más preocupante, el campo de batalla. Nos cuesta aceptar sin las precavidas reservas que en un contexto de iniciativa y superioridad crecientes en el mapa de operaciones el zar ruso se disponga a rendir sus posiciones y no extraer la máxima ventaja territorial y estratégica de presente y de futuro. Y eso supondrá de facto que un epílogo justo de la contienda resulte de hecho casi imposible. En el frente Moscú no da resquicio a la paz, tampoco a un alto el fuego, sino que recrudece una ofensiva general en el Donbás que progresa con éxito en diferentes direcciones. La evidencia es que el peso del número se está imponiendo inexorablemente y que la maquinaria de guerra rusa ha sido capaz de sobreponerse a enormes pérdidas y fatales torpezas en la dirección de la guerra mientras Ucrania se desangra entre un heroico sacrificio y la inoperatividad real de la asistencia de sus aliados. En estos instantes, con las claves manejadas, la dinámica de las hostilidades distorsiona una narrativa esperanzadora de un punto final de la contienda. Ni siquiera de un alto el fuego más allá de algo simbólico y esporádico. Con Putin sentado en una posición de fuerza, en una mesa en la que Trump no acaba de descubrir su juego, y con Europa como un ente evanescente, no habrá milagros para Kiev ni para quienes creemos en el derecho internacional, la soberanía y la libertad. Que Ucrania pierda tanto en la paz como en la guerra es el porvenir tan deplorable como real.