Las correcciones

Un hombre escondido en el maletero

A Puigdemont solo le queda repetir estos espectáculos patéticos ante la falsedad de sus ideas supremacistas

Carles Puigdemont reapareció ayer en el Arco del Triunfo en Barcelona para dar un breve discurso ante un millar de fanáticos. Los únicos dispuestos a sacrificar un soleado día de verano para ver a su mesías belga. Subió al escenario mirando a derecha y a izquierda sorprendido quizá de que los Mossos d’Esquadra no lo hubieran detenido. Arengó a la masa independentista y posteriormente, sin que nadie se lo esperase tras semejante exposición pública, se esfumó. Como hizo en 2017 tras declarar la independencia de Catalauña –la más efímera– en las escaleras del Parlament. Esta vez no se atrevió a pisar el palacio de la Ciudadela como había prometido. Es posible que mientras escribo este artículo esté de nuevo escondido en el maletero de un coche, hecho un ovillo y de camino a Waterloo. Carles Puigdemont no se puede tomar en serio. Es un utilitarista. Enarbola la bandera independentista por supervivencia y no por convicción. En su periplo político no hay rastro de una verdadera vocación de servicio público o de un remoto sentido del deber. Es un nacionalista que se toma la política como un juego personal. Carles Puigdemont se ha convertido en un personaje tragicómico y éste sea el mejor reflejo de lo que representa hoy en día el movimiento independentista. Regresó a España tras casi siete años de autoexilio para reventar la toma de posesión de Salvador Illa, el primer presidente no nacionalista desde 2010. Y probablemente renunció a hacerlo cuando se enteró de que el Parlament estaba fuertemente custodiado por la Policía. La performance de Puigdemont y la investidura de Illa con los votos de ERC rompen el espejismo de la existencia de una mayoría independentista en Cataluña.

Nunca hubo una, siempre fue una amalgama de partidos y siglas sin un proyecto claro que en 2017 pusieron a prueba los límites del Estado y trataron de subvertir sin éxito el orden constitucional. No hubo mayoría independentista como tampoco hubo una persecución del Estado, solo se aplicó la ley. Fueron condenados y amnistiados por obra y gracia de Pedro Sánchez. El Tribunal Supremo, sin embargo, determinó el pasado 1 de julio que la amnistía no se aplicaba para el delito de malversación, un cargo por el que Puigdemont podría ser condenado a una larga pena de cárcel. Me temo que todavía queden algunos capítulos finales en esta tragicomedia, y que probablemente veamos algunos giros de guion inesperados antes de ver al prófugo sometido al Imperio de la Ley. Sin embargo, lo que ya ha quedado claro es que Carles Puigdemont es un personaje ridículo que solo vela por sus intereses personales y que representa la huida hacia adelante de un independentismo catalán que ya no tienen más recursos que repetir este tipo de espectáculos patéticos ante la evidencia de que sus argumentos supremacistas se han demostrado falsos. Y lo que probablemente les reconcome es que Cataluña, como antes hizo el resto de España y Europa, les ha dado la espalda. No olvidemos que esta farsa tiene un director de orquesta que no es Puigdemont, ni el independentismo siquiera, es el presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, y su agenda de convertir España en un Estado confederal por la puerta de atrás sin haber recibido mandato alguno de las urnas.