Mirando la calle
Honi soit qui mal y pense (El enigma Kate)
«¿Cabía la posibilidad de que la princesa solo deseara privacidad en su cáncer? Cabía, pero eso hubiera sido pensar bien y según nuestro propio refrán, no acertar…»
En una obra publicada sin firma ni autor, aunque con indicios suficientes como para atribuírsela a Shakespeare, posiblemente en colaboración con Thomas Kyd, se cuenta que allá por el siglo XIV, al comienzo de la Guerra de los Cien años, Eduardo III de Inglaterra estaba desesperadamente enamorado de la Condesa de Salisbury. También que el soberano, que se debatía entre sus obligaciones de guerra, el poder y la pasión fundó la Orden de la Jarretera, con la pretensión de recoger el espíritu de la tabla redonda del rey Arturo; y aunque en el texto no se hace ninguna referencia, parece que el origen de tal orden fue precisamente una jarretera, es decir, una liga. En concreto, la que se deslizó desde el muslo de la Condesa de Salisbury hasta su tobillo ante los atónitos ojos de los cortesanos, que sonrieron, burlones, pensando que había llegado hasta allí tras los manoseos del rey que danzaba con la dama. Sus sonrisas se congelaron cuando Eduardo III pronunció con decisión cinco palabras mágicas (en francés antiguo, que era el idioma que se hablaba en la corte para diferenciarse del vulgo): honi soit qui mal y pense (sobrevenga la deshonra al que mal piensa). De esa frase, que se encuentra impresa en un dibujo de la liga que rodea el escudo del Reino Unido, nació el lema de la orden: hacer el bien y en caso de fallar a la norma ser excluidos de la misma. Hacer el bien y pensar bien, claro, que a veces es incluso más difícil. En lo que se refiere a la desaparecida y reaparecida Kate Middleton, resulta imposible: no hay hijo de buena o mala madre que no haya desarrollado su particular hipótesis sobre el alcance de su operación, el motivo de la foto manipulada y, por supuesto, los presuntos amores del príncipe William con otra mujer –casada y amiga de la pareja– desmentidos por los abogados de la señalada. ¿Cabía la posibilidad de que la princesa solo deseara privacidad en su cáncer? Cabía, pero eso hubiera sido pensar bien y según nuestro propio refrán, no acertar…
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