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Quisicosas

Jamás hacer la cama

Confieso, sin embargo, que admiro a los que dejan la habitación pimpante y me pregunto por qué no me da la gana imitarlos

El mundo de la autoayuda es tan largo como las galaxias del universo, de modo que lejos de mí desentrañarlo. Sí reconozco que sus tentaciones me acarician si me topo con un sudoku para saber si una es lista o conocedora suficiente de la historia del Imperio austrohúngaro. Por eso me ha encantado la información de David Cavero en LA RAZÓN explicando lo que significa que alguien no haga la cama. No he hecho la cama desde que salí de casa de mis padres, nunca, jamás de los jamases, me espanta. Claro que me he topado con esos vídeos de un militar norteamericano de alto rango y aspecto de conquistar Corea que explica que la vida se hunde si no haces la cama y, por el contrario, comienza a cambiar hacia el triunfo la mañana en que la haces. No es que servidora haya llegado a la presidencia nacional –objetivo por lo demás dudosamente elogiable– pero no estoy descontenta de mi itinerario, de modo que despachaba las filípicas del soldado con una mueca de desprecio.

Es evidente que no hacer la cama en absoluto ha detenido mi evolución. Confieso, sin embargo, que admiro a los que dejan la habitación pimpante y me pregunto por qué no me da la gana imitarlos. Escribe Cantero que hacer la cama puede ser a veces propio de personas rígidas, inflexibles y controladoras y que, del mismo modo, no hacerla puede ser signo de libertad creativa e independencia, del deseo de no verse obligado a hacer las cosas de manera normativa. Algo de esto me ha parecido reconocer también en mi gusto por las habitaciones de hotel, donde es posible desordenar sin consecuencias hasta el momento de irse y dejar cada cosa cuidadosamente fuera de su sitio, porque el sitio es tan exiguo que no te devora el caos. Uno de los grandes placeres de la vida es meter la llave en la cerradura y toparse el camisón doblado y la toalla con forma de cisne sobre la colcha. Para mí es un milagro inesperado, una de las escasas sorpresas que puedes comprar y que invariablemente me deslumbra. Bastante lío tiene una en su interior para desentrañar también las sábanas. Cavilando cómo voy en mi estado de ánimo, los problemas domésticos, los asuntos del trabajo y las citas médicas, salir de casa sin hacer la cama me resulta extraordinariamente rupturista. Es ponerse el mundo por montera, gritar «ande yo caliente, ríase la gente» y quitarme de encima un peso del que puedo prescindir.

Gracias a Cavero por revelarme las razones de este hábito tan poco ejemplar. Estoy determinada a ser cada vez más flexible y aunque no lo estuviese, no haría la cama.