Los puntos sobre las íes

Los kleenex de Sánchez

Nuestro psychopresidente tiene una patológica afición a ir dejando un reguero de cadáveres por el camino

Más allá de lo que depare la investigación judicial de esos cinco escándalos en uno que es ese caso Koldo que también es el caso Ábalos, el caso Armengol, el caso Ángel Víctor Torres y el caso Marlaska, una gran conclusión se extrae de lo que está aconteciendo: nuestro psychopresidente tiene una patológica afición a ir dejando un reguero de cadáveres por el camino. Y sea cual sea la suerte penal que corra el ex ministro de Transportes, otra cosa resulta indiscutible más allá de toda duda razonable: él es el máximo exponente de esa forma de hacer política orgánica. Que es la política del kleenex, esos fantásticos pañuelos de usar y tirar que ayudan a sobrellevar gripazos, alergias e incluso esos cortes del afeitado que provocan sangrados modelo gorrino degollado.

José Luis Ábalos lleva dos años y medio, los mismos que han transcurrido desde su defenestración como miembro del Consejo de Ministros, contando la honda y serena respuesta de Pedro Sánchez cuando le pidió educadamente que le explicase por qué. Una palabra-dos letras: «No». Ni siquiera fue el algo más genialoide «no es no» con el que Sánchez se rebeló frente a la locura que representaba tener que votar pasivamente la renovación de Rajoy como primer ministro. Ese desagradable y desagradecido «no» sirvió al caudillo socialista para despachar al proverbial militante que se encargó de la fontanería de una candidatura a las Primarias en la que no creía nadie, empezando por el aparato del PSOE y terminando por un Ibex y una sociedad civil que respaldaron a saco a la mucho más sensata y confiable Susana Díaz.

Adriana Lastra vive igualmente en el limbo desde 2022, cuando fue invitada a coger el petate e irse por donde había llegado a la Vicesecretaría General. Se desconoce el auténtico motivo de esta decapitación, tesis ha habido para todos los gustos, lo único cierto es que era la otra gran columna vertebral interna en la que se apoyó Pedro Sánchez cuando emprendió la travesía del desierto a bordo de su Peugeot 407. Por aquella época cayó Iván Redondo, que tenía y tiene un concepto de sí mismo infinitamente más alto del que le dispensan los demás pero al que nadie puede regatear el mérito de haber articulado con éxito y en silencio una moción de censura a Rajoy que puso en el mapa a un Sánchez por el que nadie daba un chavo. Otro fiambre a la cuneta. Como sus íntimos Juanma Serrano y Maritcha Ruiz Mateos, que estuvieron en la salud y en la enfermedad.

Y qué me dicen de Carmen Calvo, a la que fusiló al amanecer sin contemplaciones por mostrarse en contra de una burrada llamada Ley Trans y por exigir la reforma de un sólo sí es sí que ha rebajado la condena a casi 1.300 violadores y pederastas. La testa de la vicepresidenta fue entregada sin compasión a Irene Montero, ergo, Pablo Iglesias, para evitar que Podemos rompiera la coalición. Muy miserable, como casi todo lo que hace Sánchez. Y de Koldo cabe colegir tres cuartos de lo mismo.

Durante las Primarias, en el automóvil familiar del entonces ex secretario general iban normalmente otros tres personajes: Ábalos, Koldo y su protector, el ahora todopoderoso Santos Cerdán. Sólo queda vivo este último, que lo sabe todo acerca de los tejemanejes que hubo que hacer para pagar la vuelta a la Secretaría General. Eso sí: la fría y normalmente infalible estadística certifica que, más pronto que tarde, acabará en la morgue del subsuelo de Ferraz. Tiempo al tiempo. Que Dios, o más bien el el diablo, se apiade de su alma.