Los puntos sobre las íes

Marlaska: gracias por mexicanizarnos

Hacerse el sueco o negar la realidad es el camino más corto para que España sea el México de Europa

México sería el país más maravilloso del mundo si no fuera porque los narcos son los amos y señores de la economía, de la Judicatura y, por supuesto, de la política. Quitan y ponen presidentes, gobernadores y alcaldes con la misma facilidad con la que Mbappé mete goles. Independientemente de su ideología, nauseabunda, por supuesto, Claudia Sheinbaum salió elegida presidenta gracias a la ayuda de unas organizaciones criminales a las que no hace falta perpetrar pucherazos porque atesoran billetes de sobra para comprar el voto. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte. Raro es el dirigente político que no ha tenido vínculos con El Chapo Guzmán, con Los Chapitos, con El Azul o con El Mayo Zambada, gentuza que deja a Pablo Escobar reducido a la condición de aprendiz del arte de la maldad. Y, desde luego, todo el mundo sabe en México que estos embajadores del diablo en la Tierra son los verdaderos ocupantes del Palacio Nacional, la residencia oficial de la presidenta de la República.

Trump tiene más razón que un santo cuando amenaza con imponer aranceles a un vecino del sur que lleva décadas haciendo la vista gorda con la exportación de toda suerte de drogas, desde las tradicionales heroína y cocaína hasta ese fentanilo de moda que ha asesinado ya a 100.000 estadounidenses. Y hace igual de bien al advertir que irrumpirá en territorio mexicano para reducir a cenizas los laboratorios de narcóticos. Qué casualidad que 24 horas después de que el marido de Melania lanzase estos avisos a navegantes, Sheinbaum decidió reforzar la frontera con 10.000 efectivos más. ¿Por qué se ha llegado a esta situación? Pues, lisa y llanamente, porque al igual que en la Colombia de Escobar y los Orejuela los políticos primero minimizaron el problema, luego miraron hacia otro lado por miedo y, finalmente, sucumbieron ante ese poderoso caballero que es Don Dinero.

Que Marlaska es un miserable ya lo sabíamos: no cabe calificar de otra manera a alguien que antaño luchaba a cara de perro contra ETA y ahora es su aliado. Pero, más allá de eso, sus casi siete años como ministro del Interior se resumen no sólo en un aumento de la inseguridad ciudadana –las estadísticas están trucadas como no podía ser menos en este Ejecutivo tramposo–, sino también en un hecho tanto más escalofriante: las mafias van ganándole terreno al Estado lenta pero imparablemente. El asesinato del exalcalde popular Arturo Torró, más propio de Sinaloa que de Alicante, es seguramente el símbolo más reciente y visible de cuanto afirmo. Tampoco podemos olvidar esas escalofriantes imágenes de la ría de Huelva en las que se observa a unos narcos vigilar una descarga kalashnikov en mano. Por no hablar del asesinato de Borja Villacís, de unas bandas de gánsteres que operan a su antojo en el Campo de Gibraltar, de las mafias de la marihuana en las Tres Mil Viviendas en Sevilla, donde la Policía no entra hace años, o del asesinato de los dos guardias civiles que fueron embestidos por una planeadora en Barbate. Rezo todo lo rezable para que Sánchez salga de Moncloa cuanto antes. Por múltiples y democráticas razones pero también porque mientras permanezca en el machito será imposible combatir a unas mafias que van a más cualitativa y cuantitativamente. Hay que endurecer las leyes modelo Bukele y dotar a la Policía y a la Guardia Civil de más medios materiales, armas largas para empezar, con pistolas no se puede combatir a kalashnikovs. Hacerse el sueco o negar la realidad es el camino más corto para que España sea el México de Europa. Lo que nos faltaba.