
Parresía
Matar por las ideas
Recordemos el 11-S, con sus 3.000 muertos por culpa de Al Qaeda, sin ir más lejos: hay gente capaz de matar por sus ideas. Recordemos el dolor que nos causó aquí ETA y su sinfín de atentados
Estados Unidos carga, históricamente, con el problema crónico de la tenencia de armas. Un derecho recogido en su Segunda Enmienda que el activista Charlie Kirk defendía y explicaba como «un precio aceptable» que había que pagar para mantener su libertad. No comulgo con esta idea suya, y mucho menos ahora, que acabamos de presenciar su propio asesinato, de un tiro (un asesinato de dimensiones políticas). Y cuando, cada semana, nos toca informar de al menos un tiroteo con víctimas en este país en el que hay bastantes más armas que habitantes.
En realidad, apenas comulgo con la ideología del asesinado –en los debates a los que acudía Kirk, por cómo se expresaba, le caían acusaciones de islamófobo, machista, homófobo– pero lo cierto es que él jamás agredió a nadie, se limitó a exponer sus opiniones. A confrontar ideas en un sistema democrático.
En estos tiempos, en este mundo en el que la violencia es un fenómeno globalizado y preocupante, que se expande y se agranda en las redes sociales, con legiones de odiadores camuflados, habría que poner más que nunca en valor la tolerancia, la convivencia pacífica, el ejercicio de escuchar, de aceptar y respetar a quien piensa diferente.
Me espanta escuchar o ver a individuos que se alegran de esta muerte, que solo reconocen como «válidas» sus propias creencias frente al adversario ideológico al que, de paso, insultan y adjudican etiquetas nefastas.
«Nosotros contra ellos» es la consigna de la polarización, a izquierda y derecha. Por eso mismo, tampoco resulta edificante el propio Donald Trump, culpando del asesinato de su amigo a la izquierda radical, echando más leña al fuego. Aunque el propio presidente de EE.UU. haya sufrido en sus carnes dos intentos de magnicidio, por el bien de su país, habría sido mejor evitar señalamientos.
Recordemos el 11-S, con sus 3.000 muertos por culpa de Al Qaeda, sin ir más lejos: hay gente capaz de matar por sus ideas. Recordemos el dolor que nos causó aquí ETA y su sinfín de atentados. Miremos a Oriente Próximo, a Rusia y Ucrania. Estamos rodeados de intolerancia y crispación.
Más que nunca, nuestros líderes políticos deberían percatarse de que, cada vez que añaden a sus discursos insultos al adversario, contribuyen a un clima cada vez más irrespirable y sectario, que solo erosiona la calidad de nuestra democracia. Honestamente, contra este problema creo que funciona empezar por uno mismo. Qué importante el ejercicio diario de leer –sobre todo, a quienes no piensan como tú–, la oportunidad de viajar más allá de lo que ya conoces. La virtud de intentar ponerte en el lugar del otro. De escucharle, sobre todo. De respetarle. Algo así debió ocurrir en la Transición.
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