El trípode
De momento, mejor ser oposición alternativa
Ayer se volvió a constatar el «Gobierno Frankenstein» como una clara descripción de lo que es el sanchismo
Ayer se volvió a constatar el «Gobierno Frankenstein» como una clara descripción de lo que es el sanchismo, y algo desgraciadamente ya consolidado en España desde que Sánchez recuperó el poder en el PSOE, del cual su Comité Federal le había expulsado justo para impedirle conformarlo. Fue el anterior secretario general socialista, Pérez Rubalcaba (q.e.p.d.), quien le puso ese nombre, que es bastante elocuente para definir a un Gobierno «monstruoso», fruto de una forma de entender la política que no conoce límites éticos ni morales para que Sánchez satisfaga sus deseos, proyectando esa praxis sobre la sociedad –a la que tendría el deber de procurar una correcta convivencia–, provocando males y daños intensos y diversos. Esa práctica política consiste en que el fin de conseguir y mantenerse en el poder justifica los medios, y se concreta en asentarse sobre una permanente división y enfrentamiento entre diferentes grupos sociales; sean estos «hombres y mujeres», «ultras y demócratas», «progresistas y fachas»…, en una estrategia muy propia de la ideología marxista de su socia, vicepresidenta y cooperadora imprescindible en cualquier hipótesis para poder seguir en el Gobierno.
Además, utilizando los «cambios de opinión» como eufemismo de la mentira, la sociedad de la posverdad se adentra plenamente en el relativismo del que ya formamos parte, para nuestra desgracia. Por si alguien tenía alguna duda al respecto, ayer la portavoz socialista dejó muy claro el análisis que hace el PS del resultado electoral del 23-J: «Feijóo venía a derogar el sanchismo, y los españoles le han dicho que no». Lo cual, siendo cierto, reconoce que «Frankenstein es el sanchismo y el sanchismo es Frankenstein»: un Gobierno constituido con Sumar, EH Bildu, PNV, ERC, Junts y BNG. Con ellos Sánchez llegó a La Moncloa sin pasar por las urnas directamente –donde le habían rechazado estrepitosamente por dos veces– y con ellos, y satisfaciendo sus exigencias, quiere seguir allí cual inquilino del Estado. Frente a esta situación, resulta imprescindible una alternativa al sanchismo Frankenstein, que no puede consistir en una mera alternancia en el poder para guardar las formas de una democracia, sino una alternativa a su fondo ideológico. No resulta razonable tener como eje de la campaña el muy acertado objetivo de derogar el sanchismo y, disfrutando de mayoría absoluta en la Cámara territorial, plantearse «hablar» con Junts y trasladar a los servicios jurídicos del Senado la posibilidad de que puedan tener grupo parlamentario. «Alternancia» son las dos caras de la moneda sanchista. «Alternativa» es otra moneda. De momento, es mejor ser una oposición alternativa.
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