
Opinión
Mujer contra mujer: Trump y el deporte Trans
La batalla por las políticas de identidad no es nueva y se diluye entre otros absurdos mayores y menores
En la sobada batalla cultural, un fenómeno conocido (y bostezado) por todo terrícola sano y bien constituido a la diestra y la siniestra, hay pocas personas que nos saquen del sopor y la modorra y una claramente es Donald Trump (otro Milei…seres desacomplejados, hay algo más sexy en términos intelectuales_ y sexuales_ que la ausencia de complejos?). El nuevo show de Trump firma una orden ejecutiva que prohíbe a las mujeres transgénero competir en los deportes femeninos. La decisión coincide con el Día Nacional de las Niñas y Mujeres en el Deporte y anuncia con su tono característico: “Los deportes femeninos serán solo para mujeres”.
La afirmación es de perogrullo, también es de una sensatez exquisita y seguramente por eso ha desatado protestas, titulares globales y, en general, la ira de aquellos que tienen problemas con la realidad. Ya saben, lo que para algunos es sentido común, para otros es una agresión fascista a los derechos de las personas. Vivimos en una era (majadera) donde lo obvio debe ser defendido con argumentos elaborados que pocos comprenderán. Algo tan claro como que las mujeres compitan contra mujeres es motivo de debate internacional. Y así, entre pancartas y trending topics, nos encontramos luchando no por avanzar, sino por recordar dónde estaba la línea de salida.
Por supuesto, la batalla por las políticas de identidad no es nueva y se diluye entre otros absurdos mayores y menores entre el ruido mediático y el oportunismo tecnócrata. Aquí no hablamos de discusiones trascendentes (véase el pico de Rubiales), sino de engendros ideológicos diseñados para dividir… En un mundo donde la indignación genera votos y poder, cualquier oportunidad para movilizar la sensibilidad del tonto es oro.
En el centro de este debate refrito están dos conceptos que deberían ser aliados, pero parecen irreconciliables: la ciencia y la ilusión (que algunos denominan erráticamente como inclusión). Por un lado, está el argumento de que la competencia deportiva debe basarse en similitudes biológicas para garantizar la equidad. Por otro, el derecho de las personas trans a no ser excluidas de espacios en los que desean participar. Y aquí es donde muere la razón.
Proteger las esperanzas y percepciones de todas las identidades es un objetivo noble, pero ignorar realidades sustantivas crea desigualdades, genera caos. La inclusión no debería conformarse con ser una adaptación pazguata y corta, sino justa e inteligente, algo que no vende en el mercado de la bondad lowcost y menos cuando las rebajas intelectuales han colonizado los discursos públicos y la agenda de pensamiento de la sociedad.
Voy a escribir algo para que se duerman, como una nana: es evidente que las personas trans enfrentan injusticias sociales y que merecen protección en muchos aspectos de su vida cotidiana. Despierten. Pero la justicia no consiste en forzar la equidad donde la naturaleza misma establece diferencias. Si la empatía se convierte en imbecilidad, nos arriesgamos a desmantelar los principios básicos que garantizan la justicia.
Y, ¿cuál es el camino salomónico? Crear una categoría específica para atletas trans podría ser parte de la solución. Se podrían diseñar nuevas competiciones inclusivas que respeten tanto las necesidades de las personas trans como la realidad física. No es una idea descabellada ni complicada, pero requiere voluntad política, eficiencia y generosidad, todos recursos en alarmante escasez.
Imaginemos un futuro donde estos debates se resuelvan en la cancha y no en el teatro político. Un lugar donde la inclusión no sea una excusa para ignorar la lógica y donde el respeto por las diferencias no implique distorsionar lo que somos.
El deporte es una metáfora perfecta de la vida: no se juega sin reglas y no se gana ignorando los límites. Sin árbitro (me refiero al arbitrio de la cordura) perdemos todos.
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