Letras líquidas
Una novela para nuestra democracia
Con grandes reformas pendientes, resistimos como si solo nos moviéramos de ciclo electoral en ciclo electoral, enredados en lo inmediato, dejando lo importante para un después que nunca llega
Defendió Vargas Llosa, durante su discurso de ingreso en la Academia Francesa de Literatura, que «la novela salvará la democracia o morirá con ella». Y, con esta aseveración, el Nobel nos daba pie a jugar con la intensa relación entre los mundos creados y los que recreamos, entre aquello que somos y eso otro que imaginamos que podemos ser y que, en ocasiones, a fuerza de fantasía, terminamos construyendo. Siguiendo la conexión literaria, y aplicándola a nuestras bases comunes, a las estructuras políticas e institucionales que nos arman y articulan como sociedad, podemos extender también el símil o el paralelismo a las distintas fases que conforman las narraciones, a esos planteamientos, nudos y desenlaces que vertebran argumentos, ficciones y relatos.
Y ese esquema tan aristotélico nos permitiría determinar en qué momento de la evolución de nuestra democracia nos situamos: si muy avanzados, estancados, si en un punto de velocidad de crucero o en otro de aceleración, de esos determinantes. Acabamos de conmemorar uno de ellos casi sin enterarnos. Al 23-F le ha tocado un cuadragésimo segundo aniversario diluido en lo cotidiano y los ecos del «se siente todo el mundo» apenas se han escuchado en la conversación pública. Aunque es cierto que a veces nos regodeamos de más en el pasado, mirando en exceso por el retrovisor, también lo es que no vienen mal esos cíclicos toques de atención que nos obligan a apartarnos del ensimismamiento diario. Más aún si ese aldabonazo nos sacude con uno de los capítulos clave de nuestra historia reciente: uno de esos «match point» en los que la más ligera ráfaga de viento podría habernos transportado a otro presente. Por suerte no ocurrió así y hoy disfrutamos de un consolidado Estado de derecho, acechado, eso sí, por los riesgos del acomodo y el descuido.
La construcción del ágora constitucional parece haberse detenido. La lejanía de situaciones críticas, como aquel fallido golpe de Estado, no debe distraernos: la normalidad debe ser gestionada con eficiencia, perfeccionando el sistema, sin requerir heroicidades extremas. Con grandes reformas pendientes (financiación autonómica, pensiones, el reparto competencial entre administraciones, revisiones educativas), resistimos como si solo nos moviéramos de ciclo electoral en ciclo electoral, enredados en lo inmediato, dejando lo importante para un después que nunca llega, olvidando que en el siguiente capítulo deberíamos agilizar la trama de la novela para escapar de la parálisis y el sopor en los que se ha instalado nuestra democracia.
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