
El buen salvaje
Paul vs. Tyson: la pelea más triste de la historia
El boxeo era noble. Lo de la otra noche fue una pandilla de niñatos prendiendo fuego a un «homeless»
Mike Tyson ya era un disfraz de vaselina cuando se dirigía al ring como un anciano al que van a recoger a un centro de día. Tiene 58 años. Brad Pitt es mayor que Tyson y no luce cara de cansado y eso que se ha bebido todo el vino de sus viñedos. En la báscula, a la fiera que se pegaba en los barrios de Brooklyn, espantaba a las ratas con los dientes y al que tenían calado en todos los correccionales a varias millas a la redonda, le pesaban más los kilos de marihuana que ha fumado en toda su vida que la masa muscular, fuerte solo en apariencia, como un roble seco. «Negro, a ver si te atreves a salir de ese puto coche», le retaban hace unos días en aquellas calles. Y él salió, a guantear. Era Juncal toreando en la puerta de un bar de Sevilla. Al cabrón de Mike le ofrecieron una pelea de regreso del infierno, que es el hábitat natural de este pegador, a cambio de, en el peor de los casos, veinte millones de dólares. Creo que por ese dinero resucitaría Alvite, el cronista al que le quedó grande el ataúd y que cuando quiso boxear se dio cuenta de que sus manos apenas aguantarían el dolor de una manicura. Así que se puso a batirse contra Jake Paul, un youtuber de 27 años que se ha preparado bien, pero que nunca será un boxeador de verdad. Sería pedirle a Mario Casas, un guapo de manual, y seguramente un buen chaval, que se trabajara un Oscar. Ese combate nunca debió celebrarse. Fue solo una excusa para sudar pasta. Una negligencia de los servicios sociales. Está feo pegarle a un señor mayor delante de todo el mundo.
El gran campeón apenas movió los pies, intentaba anclarse al ring para no cansarse mientras imitaba sus geniales movimientos de cabeza, el péndulo de la muerte, y se defendía con la guardia alta para que no le llegara un gancho del youtuber. Los asaltos se pactaron a dos minutos en lugar de tres para no cansar en demasía a la leyenda. A cada toque de campana, Tyson se fue haciendo más pequeño hasta acabar con hechuras de enanito de jardín mientras que su mediocre oponente se crecía y sumaba seguidores a sus veinte millones de sujetos. No faltaron muchos asaltos para notar esa tristeza de los payasos del circo. Nunca se había visto algo así. Los combates pueden ser trágicos, pero no tristes. Si esto va a ser el boxeo del futuro habrá que aficionarse a la natación sincronizada. A Tyson solo le quedó el dinero en el banco y la épica de los hombres a los que les sienta mejor el silencio que un traje, según dejó escrito Alvite . El boxeo era noble. Lo de la otra noche fue una pandilla de niñatos prendiendo fuego a un «homeless».
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