Tribuna
Pendular servicio militar
¿Aceptaría nuestra sociedad «el sufrimiento a fin de proteger lo que somos» como lanzó el JEMAD francés, ante una asamblea de todos sus alcaldes?
Poco imaginaba en marzo de 2001 el entonces ministro Federico Trillo que declaraba ufano como victoria política: «Señores, se acabó la mili», que veinticuatro años después se recabaría su opinión sobre la conveniencia de restaurarla. Las sucesivas agresiones y amenazas rusas en Europa en lo que considera su «espacio vital», van obligando a muchos países europeos a recuperarla. He citado «victoria política» que ya incluía Aznar en su programa electoral, asumiendo una clara derrota en la opinión pública. La Oficina del Defensor del Soldado preveía que, de los 90.625 mozos sorteados para aquel año, un 75% de ellos se acogería a la Objeción de Conciencia amparados en la Ley 48/1994. Esta, permitía objetar hasta un día antes de la incorporación a filas, lo que para los Ejércitos representaba un claro destrozo orgánico.
Es más. En 1989 el Movimiento de Objeción de Conciencia impulsó y obtuvo apoyo social, para suprimir incluso la objeción. Sus pancartas proclamaban: «Sin soldados no habrá ejércitos; sin ejércitos no habrá guerras». Una sociedad blanda, cobarde, les creyó. Y unos políticos nacidos de esta sociedad, incapaces de ofrecer alternativas, incluso estímulos, cedieron, muchos de ellos presionados por sus propios hijos. ¡Veinte años después, gracias a ellos ya no hay guerras!
Demagogia política también, al citar un «se acabó». Aquel servicio militar obligatorio que consolidó la Revolución Francesa –«aux armes citoyens»– ya lo habían puesto en práctica los Borbones en plena Guerra de Sucesión (1701-1715) estableciendo unas bases para el reclutamiento mediante quintas y levas, un modelo con tantas exenciones que impedía hablar de igualdad entre los ciudadanos. Se quiso dar respuesta en 1837 aboliendo exenciones, aunque aceptando redenciones en metálico y sustitutos, lo que no dejaban de ser formas discriminatorias. Curiosamente esta aplicación no se impuso en Navarra hasta 1833, en Cataluña hasta 1845 y en el País Vasco hasta 1876.
La Ley de Reclutamiento y Reemplazo de Canalejas de 1912, eliminó las redenciones a metálico y fue la base de la Ley de 1940 tras nuestra Guerra Civil (Segunda Guerra Mundial, candente), que consolidó un servicio de dos años para los varones, con una licencia de facto a los 18 meses, que, con el tiempo, se reducirían a 15, incluso a 12, si se hacían constar estudios superiores. Una Ley de 1942 creaba las Milicias Universitarias rebautizadas después, en sucesivas reorganizaciones, como IPS, IMEC y SEFOCUMA.
El modelo de servicio militar lo recogen todas nuestras Constituciones desde las de Bayona y Cádiz (Artº 9. «Está asimismo obligado todo español a defender la patria con las armas cuando sea llamado por ley»), hasta la nuestra de 1978. (Artº 30. «Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España»). Es decir «la mili» no se había acabado, sino temporalmente suspendida, al no ser derogado el artículo constitucional. Y así se mantiene también hoy en la Ley Orgánica 4/81 sobre los estados de Alarma, Excepción y Sitio que prevén imponer a los ciudadanos «prestaciones personales de servicios militares».
Antes de abordar posibles soluciones a la situación actual, debo dejar clara mi opinión sobre el importante servicio prestado por oficiales y suboficiales universitarios y los sucesivos contingentes de tropas. Debo reconocer que el Gobierno Aznar lo incluía en su Decreto y lo manifestó en un homenaje nacional en Alicante el 2 de junio del mismo 2001. Justo. Mi valoración de contacto es la misma. Nunca pagará España lo que aportaron estas quintas que aún hoy, año a año, celebran emocionantes reencuentros. Porque valoran una disciplina que ahora piden para sus nietos, el compañerismo, el conocimiento de otras regiones, el innegable valor de servir sin esperar nada a cambio. Nada a cambio, porque la Patria no les cubría ni mínimos gastos, las comodidades de los acuartelamientos no eran los de hoy y los menús no eran los del Bulli. Y cuando los mandos reclamábamos mejoras, se nos contestaba que España tenía otras prioridades. Por supuesto en todas estas carencias se apoyaron los movimientos anti mili y lo recogieron películas y series como «Historias de la puta mili», erosionando opiniones, socavando valores, dando réditos a formaciones políticas.
No será fácil reconducir la situación en España, ya con un vacío importante en las plantillas de los ejércitos, que además sufren una sangría constante de bajas por varios motivos. Imposible anunciar un sueldo de 2.600 euros al mes como en Alemania, cuando hoy nuestros soldados difícilmente superan los 1000. Deberíamos ser capaces de sentarnos juntos, analizar el momento y proponer soluciones a medio y largo plazo. Pero, siendo incapaces de ello, no veo una inmediata y ponderada solución al problema. ¿Aceptaría nuestra sociedad «el sufrimiento a fin de proteger lo que somos» como lanzó el JEMAD francés, ante una asamblea de todos sus alcaldes?
Luis Alejandre Sintes,es general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.