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Tribuna

No poder más

La vida política arrastra también a personas –especialmente si son honestas– al límite de sus posibilidades

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Son muchos y diferentes los gritos de socorro. Podría referirme a los miles de héroes que cuidan día a día a mayores, enfermos de ELA o terminales, hijos con dificultades. Si cuentan con manos familiares o profesionales cercanas, palían este dolor. Otras muchas no las tienen y se asoman al abismo del «no poder más».

Viene a mi recuerdo el de aquellas religiosas de nuestros Hospitales Militares. En uno de ellos, ubicado en la Isla del Rey, en pleno centro del puerto de Mahón, inicialmente Naval construido por los británicos en 1711 y clausurado por España en 1964, se atendió en septiembre de 1943 a tres centenares de marinos italianos quemados y heridos, náufragos del acorazado «Roma», hundido por la aviación alemana entre Córcega y Cerdeña. Veintiséis de ellos no pudieron superar heridas, pero los demás curaron. Y si mantenían vivo el recuerdo de unas manos que les cuidaron, era el de las Hijas de la Caridad del Hospital. «Sor –escribiría a mano en un historial médico, el capitán cirujano Sampol– auméntele si es preciso la dosis de morfina, para evitar sus grandes dolores». Evite su «no poder más».

Cambio de tercio para ceñirme a límites humanos en nuestra vida política. Vivimos peligrosos momentos de desatados odios que, mezclados como en cualquier pócima venenosa con el «pasotismo» cívico, nos llevan a la resignación política, esta que nos dice que la situación es inevitable, que las cosas van mal pero podrían ir peor, que no hay nada que hacer. En brillante reflexión, un joven periodista (1) escribe que «el ciudadano culto y curioso desconecta de la política, porque no es capaz de aguantar más su estado actual». Pero este no aguantar más no afecta solo al ciudadano. La vida política arrastra también a personas –especialmente si son honestas– al límite de sus posibilidades. Cuando unos saben arrimarse al calor de otro hogar político, normalmente mejor retribuido, otros, mínimo ruido, dimiten. No pueden tensar más el hilo de sus lealtades.

He seguido con especial atención la dimisión del secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez.

Juez en Córdoba, letrado del Consejo General del Poder Judicial, se integró en el equipo del ministro Marlaska en 2018 como jefe de su gabinete. En 2020 fue nombrado secretario de Estado. Con etiqueta de buen gestor, impulsó oficialmente el Plan de Infraestructuras de Seguridad del Estado, el Plan Especial de Seguridad del Campo de Gibraltar y la implantación del sistema VioGén 2 de lucha contra la violencia machista. El aumento de plantillas de los CFSE ha superado durante su tiempo máximos históricos, aunque sin haber podido equilibrar sus sueldos con los de las policías autonómicas.

Pero, por encima de esta gestión, en estos siete años, ha tenido que superar problemas en los que su alma de juez se debatía con la lealtad debida a su ministro, cada día más escorado al servicio de un partido. Ya tuvo que asumir la destitución del teniente coronel Sánchez Corbí, precisamente jefe de la UCO. Luego la del coronel Pérez de los Cobos por defender su independencia como Policía Judicial. Perseguido por Marlaska con saña, solo contó con el aplauso de los golpistas del 1 de octubre y las insensatas manifestantes de un 8 de marzo, cuando tuvo que asumir sentencias judiciales contrarias y un creciente malestar en la Benemérita.

También tuvo que lidiar con el trágico asalto de la valla de Melilla de junio de 2022 y con una desconcertante política con Marruecos que llevó al presidente del Gobierno a reconocer sus derechos sobre el Sahara, aun sin saber hoy a qué obedeció una decisión súbita, no consensuada ni sometida al dictado del Congreso, con tintes de compromisos secretos, que seguramente él conoció. Otro momento difícil lo vivió con la llegada a Barajas de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, sabedor y consciente de violar las restricciones de la Unión Europea. E indiscutible dolor y preocupación le motivó la traición del jefe policial de la UDEF Óscar Sánchez Gil, que llegó a amasar durante seis años entre 18,5 y 43 millones –un volumen de dinero «difícil de cuantificar» según diferentes informes–. ¿Qué falló en todo este tiempo, que coincide con los siete suyos en el Ministerio?

Solo le faltaba, para aumentar su presión de caldera, sentirse responsable por la compra de munición a Israel denunciada por Sumar, en un momento complejo, a caballo de gestiones del Ministerio de Comercio y de la normativa europea sobre la materia.

La última ofensiva de miembros del Gobierno y de su aparato de propaganda contra la UCO, actuando como policía judicial, desbordó el vaso del juez. Aseguran sus próximos: ¡Rafa, no podía más!

Añado: ¡Como otros muchos españoles!

(1) Ricardo Dudda. El Mundo. 28/5/25.

Luis Alejandre Sinteses general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.