Tribuna

El precio de la munición

En un futuro inmediato, tenemos que considerar más el factor económico y utilizar nuestro ingenio táctico y técnico para neutralizar estas amenazas

Últimamente nuestra opinión pública muestra una cierta responsabilidad ante la escasa financiación que ha venido destinándose al sostenimiento –más bien supervivencia– de las Fuerzas Armadas (FAS) durante las dos últimas décadas. Los militares llevamos mucho tiempo avisando de la profunda descapitalización en Defensa pero ha tenido que venir el Sr. Putin en la cercana Ucrania –y los rebeldes hutíes en el Mar Rojo– para recordarnos que es más sensato invertir en prevenir una guerra que en padecerla sin estar preparados. No debe temer el sufrido lector que le abrume con cifras y triquiñuelas presupuestarias sino tan solo tratare de describir el clima y las hipótesis que han presidido la mayoría de las inversiones militares, más centradas en apuntalar una Industria nacional de Defensa que en la eficacia de las unidades operativas. También sugerir alguna receta para tratar de escapar del hoyo en que hemos caído.

Desde que desapareció la Unión Soviética, el Ejército de Tierra ha estado centrado en meritorias y difíciles operaciones de contrainsurgencia en lejanas tierras muy diferentes de las que tendríamos que emprender en el seno de la OTAN si el asunto de Ucrania se encona. Una de sus carencias más notables –en vías de lento arreglo– es dotarse de vehículos tácticos que combinen movilidad con la protección de las tropas que transportan. Tras tantos años de operaciones de «mantenimiento de la paz» el estado de la artillería y los misiles antiaéreos de largo alcance es lamentable sobre todo cuantitativamente. La agilidad que exige los nuevos escenarios previsibles en Europa requiere de muchos más helicópteros. El Ejército del Aire y el Espacio tiene también evidentes carencias. Sus cazabombarderos serán pronto de un solo tipo –Eurofighters– por lo que un problema técnico los puede dejar a todos fuera de vuelo o forzarlos a aceptar riesgos indebidos. Faltan unidades de reabastecimiento en vuelo y alerta aérea temprana y el estado de los reactores de enseñanza es penoso. La Armada debería haber estado construyendo fragatas continuamente para mantener un mínimo de dos Escuadrillas y eso que logra que estos buques alcancen mucho más de treinta años de vida operativa. Ahora estamos sobreviviendo con solo cinco fragatas para conflictos de alta intensidad lo que significa disponer de un máximo de tres aptas para combatir en un momento dado. La situación de submarinos y helicópteros es lamentable más cuantitativamente que cualitativamente. Y con un solo «Juan Carlos I» y el relevo de los aviones AV-8B Plus en el frigorífico, toda la capacidad de proyectar poder sobre tierra está colgando de un hilo. Pero sobre todo lo que une a los tres Ejércitos es la penosa situación de las Reservas de Guerra, es decir de las municiones disponibles para conflictos como los que estamos viendo en Ucrania o el Mar Rojo. También la falta de personal es común y aguda. Empujadas al borde de la supervivencia estos últimos años, las FAS han priorizado las plataformas sobre la munición, que además tiene problemas específicos como los de su vida útil con los gastos de desmilitarización que requieren al final de misma. Para que vean la magnitud de este problema, les pondré un ejemplo naval que igualmente sería aplicable a los otros dos ejércitos con sus variantes propias.

Utilizando como excusa la situación en Gaza, el 6 de febrero pasado los hutíes del Yemen –respaldados por Irán– empezaron a atacar indiscriminadamente el tráfico mercante en el Mar Rojo y Golfo de Adén. Se organizó una coalición internacional –bajo liderazgo norteamericano– y posteriormente otra operación de la UE para defenderlo. Nuestro gobierno decidió no participar por motivos de naturaleza política probablemente asociados a la composición bipartidista del mismo, que mantienen posturas ideológicas opuestas sobre política exterior. Posteriormente, el 13 de abril, Irán lanzó un ataque masivo contra Israel. En ambos casos, Irán y los hutíes hicieron uso masivo de drones aéreos, misiles balísticos algunos con capacidad anti buque, misiles de crucero y drones de superficie y alguno sumergible. Según mis cuentas, los drones iraníes han sido unos 210, 163 misiles y unos 15 drones de superficie sin contar los derribados por los israelíes el 13.04.2024. Seis buques averiados, uno hundido y prácticamente ningún objetivo terrestre israelí alcanzado es el magro resultado táctico. Aparentemente esto es pues un éxito aeronaval norteamericano; pero supone un precio económico enorme pues los misiles antiaéreos navales, básicamente el SM-2 bloque IIIB –que es el que dota también nuestras cinco fragatas «Álvaro de Bazán»– tiene un precio de algo más de 2,5 millones de euros. Los misiles aire aire de los aviones F-15E y embarcados y los ESSM navales también empleados son algo más baratos pero la factura que los norteamericanos van a pagar por derribar tantos drones y misiles iraníes montados en garajes es disparatadamente alta. De hecho, la administración Biden acaba de solicitar un crédito extraordinario suplementario de 150 millones para reponer los SM-2 utilizados en estos cuatro meses. Las armas baratas de fabricación casera pero capaces de conseguir efectos estratégicos notables están haciendo su aparición tanto en los conflictos de alta intensidad como en aquellos contra elementos irregulares. En un futuro inmediato, tenemos que considerar más el factor económico y utilizar nuestro ingenio táctico y técnico para neutralizar estas amenazas.