Aquí estamos de paso

Una pregunta estúpida

Este Nerón inflado y contemporáneo contempla desde la colina Palatina de la Casa Blanca cómo se prende la llama del miedo a la recesión

Responde el aspirante a emperador decimonónico mundial a una periodista que le demanda su opinión sobre el miedo que ha sembrado en la bolsa su política de aranceles que esa es una pregunta estúpida. Quizá quiso decir innecesaria y se le fue la lengua, lo cual no es de extrañar dada la conocida incontinencia verbal del presidente. Quizá, sólo una hipótesis; pero si la aceptamos debemos convenir que tiene razón. El borde, no la periodista. Es ocioso preguntar al pirómano su opinión sobre el fuego que ha desatado. Le encanta, está feliz, se excita y eleva con el reflejo anaranjado y caliente de las llamas que devastan las bolsas. Hasta se diría que es ese fulgor el que le otorga el extraño Pantone a su piel. Este Nerón inflado y contemporáneo contempla desde la colina Palatina de la Casa Blanca cómo se prende la llama del miedo a la recesión, de las caídas de valor de empresas propias y ajenas, del temor a otro desastre del siglo, sin importar demasiado que las voraces lenguas de fuego alcancen a sus amigos ricos que se están hinchando a perder millones. Seiscientos mil dicen que le ha pulido la deflagración a su amiguete Musk que, junto a otros magnates, le están pidiendo ya en público que se deje de aranceles. Pero no. El emperador naranja está decidido a seguir adelante ignorando las quejas de los amigos, los avisos de los neutrales, las advertencias de los adversarios y las respuestas de los enemigos. Está seguro de que sus medidas desplazarán la balanza a su favor; serán los USA más ricos. Eso piensa. No recuerda, o no quiere hacerlo, que en el año 1930 una medida similar propulsó con la energía devastadora de los cohetes rotos la crisis bursátil del 29. En junio de ese año, la llamada Ley Smoot-Hawley, un texto legal que desplegó una política arancelaria como la presente, arruinó el PIB estadounidense, mandó al paro a millones de personas y quebró las relaciones comerciales de Estados Unidos con medio mundo.

Ayer dijo Trump que para remediar la mala salud de la economía estadounidense había que tomar medidas dolorosas. Quizá sea cierto. Seguro que tiene datos que desconocemos y asesores que le comen la oreja con la bondad y el éxito futuro de sus medidas. Pero también es verdad que ante un diagnóstico hay que medir muy bien los tratamientos. Una anemia no se cura con quimioterapia, del mismo modo que sería un error abordar un cáncer poniendo un clavo o una escayola.

El mundo camina directo a otra recesión con pocas posibilidades de frenar. No hay margen. China, que asegura estar dispuesta a subir la apuesta después de que Trump amenazara ayer con aumentar aún más los aranceles, juega al duelo de titanes. ¿Hasta dónde podrá llegar? La respuesta es tan incierta y desconocida como los siguientes pasos a adoptar por Trump. Pero lo que sí sabemos es que Europa, que parece estar dispuesta a responder coordinada y con moderación, acaso debiera hacer algo más que ofrecerle una negociación partiendo de una postura que él no va a aceptar, la de empezar a hablar desde cero. Y pedirle que escuche a las bolsas.

La respuesta se la dio a la periodista. Y Europa debe tomárselo en serio. No digo que vayamos a la guerra como China. Pero al menos no plantear las cosas para que siga pensando que tiene la sartén, el mango y el fuego que nos abrasa.