Opinión

Puigdemont como Napoleón, en Waterloo

El «sanchismo» es una denominación que ha demostrado molestar profundamente a su titular, a juzgar por el papel de injusta víctima que asume en su gira de campaña mediática

El «sanchismo» es una denominación que ha demostrado molestar profundamente a su titular, a juzgar por el papel de injusta víctima que asume en su gira de campaña mediática, yendo de Carlos Alsina al Hormiguero y Ana Rosa, pasando por el «Intermedio» y Évole. «El fin –mantenerse en La Moncloa– justifica los medios» como ha afirmado, y así «busca votos debajo de las piedras»: ¡quién lo iba a decir tras marginar a todos los medios que no fueran sus hagiógrafos habituales durante años! Hasta ahora, el victimismo como estrategia política parecía estar reservada a los separatistas catalanes, y muy destacadamente por su líder, prófugo de la justicia en Waterloo, localidad de exilio más dorado que el que protagonizara el Emperador Napoleón Bonaparte en Santa Elena tras su caída en desgracia en aquel mismo lugar próximo a Bruselas. Sin pretender comparar en exceso a Puigdemont con el Emperador, tienen en esa localidad belga un punto en común de sus desgracias, que no debe obviarse en el análisis de sus respectivas trayectorias vitales. De hecho, el corso que aspiraba a la hegemonía en Europa, y padeció en primera instancia el destierro en la cercana isla italiana de Elba, finalmente murió a 8.000 km de París tras reincidir en su primitiva intención de dominar el Continente al fugarse de allí. De la siempre efímera gloria mundana, a Santa Elena, pasando por Elba y Waterloo, fue el epílogo que el Congreso de Viena puso a su imperial vida. El «president» Puigdemont no ha vivido sin duda, (todavía) históricas victorias como la del corso en Austerlitz, por ejemplo, pero su paralelismo vital con él es creciente. Bonaparte pasó –de querer dominar el mundo comenzando por Europa–, al destierro europeo. Por su parte, y (siempre) de momento, Puigdemont ha conseguido ser todo un perseguido «político» nada menos que por la democrática justicia europea, que le ha retirado su inmunidad parlamentaria, lo que puede ser el paso previo a su particular exilio en su Elba donde la OEDE (Orden Europea de Detención y Entrega) no tenga jurisdicción. Flanqueado por sus incondicionales Clara Ponsati y Toni Comin, intentarán evitar a su implacable perseguidor el juez Llarena, que pretende ajustarle las cuentas debidas con la Justicia por saltarse la ley con alevosía y premeditación. No es previsible, no obstante, –y conste que no se lo deseamos–, que Puigdemont acabe sus días a miles de kilómetros de su Dolça Catalunya, como su homónimo emperador. A lo sumo, una jornada en Lledoners a la espera del indulto concedido por su solidario Sánchez, como él, víctima injusta de persecución.