El buen salvaje
Puigdemont tiene tantos modelitos como Barbie
Lo que no se le puede perdonar es hacerse de ultraderecha cuando se dice socialista
Con unos años más como Puigdemont seré, y mientras jugaré con Puigdemont superstar... ¡Puigdemont... superstar! Así se han pasado estos años los soberanistas, supremacistas, delincuentes, de la extrema derecha catalana, cantando un estribillo difícil de conjugar, y al fin ven que les llega la hora, que los trajecitos de Puigdemont ya se los pueden probar ellos también, que el flequillo ridículo en realidad es la tendencia de la temporada en este rincón del metaverso. La coalición progre funciona con la derecha independentista pero no con la derecha española, qué cosas. La derecha es izquierda depende de en qué rincón de las Españas salga. Si la derecha es murciana es retrógrada y si es de Gerona, resulta progresista, de tal manera que los comunistas son el centro: hasta estos extremos hemos llegado, como si estuviéramos en el 36.
Mi padre nació en el 39 y lo único que recordaba de aquella época era a la guardia mora de Franco, que debía ser llamativa para un infante de campo, cuando desembarcaba de Marruecos hacia el interior de Cádiz. Mi abuela, a la que le han dedicado una calle recientemente, García-Camelo, aunque vivió con lo puesto, y tuvo familia del clero, un tal Ruz, tampoco me confesó ninguna cuita, más que les faltaba trigo para hacer pan. Mi padre aprovechaba la noche para llegar hasta el molino de Vejer sin que le viese la guardia civil de García Lorca. Puigdemont y su familia, sin embargo, vivieron como burgueses, que es a lo que vuelve el pupilo Carles, a ser un niño de papá en la Cataluña de sus nietos. Si Cataluña fuese Andalucía querría abrazarse a alguien antes de ir despistada por la solana. Eso es lo que no ha entendido Pedro Sánchez, que Cataluña no es toda España, por eso, a pesar de ir a moler el trigo de madrugada, mi padre votaba al PP. Al menos tenía un terrenito que defender honradamente.
Puigdemont es el pijo que se pasó de vueltas en una fiesta y dejó embarazada a un pobre infeliz de Pedralbes, digo en sentido figurado, y que luego se creyó que había encontrado el Santo Grial. Carles vive aún en el baile del instituto jugando a ser el quinto beatle. Sánchez, al pactar con él, está traicionando a mi padre, y a la calle de mi abuela, y esto es lo que no entiende y lo que no se le puede perdonar: hacerse de ultraderecha cuando se dice socialista. Esto es una nota a pie de página en esta negociación que divide a España de nuevo. A quién le importa lo que mi padre pudiera pensar si Sánchez puede seguir con el culo apretado a su pantalón vaquero.
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