Las correcciones

Putin, el dictador

Occidente no puede cambiar el devenir de los acontecimientos en Rusia pero sí puede hacer más en Ucrania

Casi medio cuarto de siglo después de que Vladimir Putin se convirtiese en presidente de Rusia en unas elecciones más o menos transparentes, el proceso por el que se ha coronado para un quinto mandato simboliza la transformación del país en una dictadura clásica. Eran las primeras elecciones desde que Putin reescribiese la Constitución para poder mantenerse en el Kremlin otros seis años más. Pero en 2030 Putin tendrá 77 años, la misma de Donald Trump en la actualidad y con la que concurre a un segundo mandato en Estados Unidos. En esta legislatura superará la longevidad de Stalin (29 años) y aspira a alcanzar el récord de Catalina la Grande (34). Esta deriva autoritaria y este desprecio al orden basado en reglas se debe a que Putin nunca ha sido un político, ni un militar, es un exespía. Piensa que el mundo puede ser dirigido por personas y no por instituciones. Y su código de conducta se asienta en la confianza, la lealtad y las relaciones. Ni méritos, ni talento.

La celebración de su victoria con los tres candidatos de la «leal oposición al zar» es el epíteto de su farsa electoral. Putin fue a las urnas sin competencia. El oponente más destacado, Alexei Navalni, murió oportunamente un mes antes de las presidenciales en una cárcel en el Ártico. No le bastó con su encierro en la lejana Siberia sino que alentó su muerte para enviar un mensaje a aquellos que osen desafiar su figura.

La continuidad de Putin es una mala noticia para Rusia y para Ucrania, pero también para Occidente. ¿Qué cabe esperar? El académico ruso Vladislav Inozemtsev advirtió en estas páginas que habrá más represión interna como hizo con Navalni o contra su lugarteniente en Lituania, Leonid Volkov, que sufrió un atentado coincidiendo -también oportunamente- con la semana de las votaciones. No parece que vaya a imprimir grandes cambios en su círculo de confianza. El también economista y escritor ruso da por lo menos dos años más al primer ministro, Mijail Mishustin, y también augura la continuidad de los pesos pesados: Sergei Lavrov (Exteriores), Sergei Shoigu (Defensa) o Elvira Nabiullina (Banco Ruso).

Respecto a Ucrania, Inozemtsev anticipa un aumento de la presión militar sobre el campo de batalla y no descarta una ofensiva renovada sobre Kyiv u Odesa. Putin espera, además, el advenimiento del aislacionismo de Donald Trump para sellar su victoria sobre el país invadido. Occidente no puede cambiar el devenir de los acontecimientos en Rusia. En un sistema en el que no existe la libertad de prensa ni de expresión es muy difícil saber el apego popular al poder político. Las colas en los colegios electorales el domingo al mediodía o las firmas que recogió el candidato antibelicista, Boris Nadezhdin, antes de ser inhabilitado por la Comisión Electoral dan muestras de cierto desapego, pero todavía muy insuficiente como para provocar un cambio de régimen. Sin embargo, Estados Unidos y Europa sí pueden hacer todavía más para agotar la maquinaria bélica de Moscú aplicando formulas más imaginativas a las sanciones como hizo Ronald Reagan con su Guerra de las Galaxias. Garantizar que Putin no salga victorioso en Ucrania es la mejor manera de disuadirle de ir más lejos. Por el bien de Ucrania, de Europa y también de Rusia.