El bisturí
¿De qué progreso nos están hablando?
Utilizar todos los resortes del Estado para atacar a rivales políticos y señalar a los jueces como fascistas
Superado el ecuador de la legislatura, y transcurridos más de siete años desde que Pedro Sánchez se instalara en La Moncloa, ya sabemos lo que es el progreso que cualquier ministro o socio de izquierdas atribuye al Gobierno cada vez que habla. Progreso es triunfar en una moción de censura enarbolando la bandera contra la corrupción y ser luego carcomido por esa misma corrupción, u otra aún peor, sin que se te caiga por ello la cara de vergüenza. Progreso es aplaudir en público a un corrupto pese a que todo el mundo intuye ya que lo es y desmarcarte después de él a toda prisa cuando sabes que va a prisión, teniendo encima miedo de que cante. Progreso es enterrar a Montesquieu y la separación de poderes, y volver a un estado de naturaleza en el que el ejecutivo engulle al legislativo y trata de hacer lo mismo con el judicial, como en las dictaduras bananeras. Progreso es utilizar todos los resortes del Estado para atacar a rivales políticos y señalar a los jueces como fascistas cuando te descubren. Progreso es también mandar flotillas, hacer declaraciones altisonantes en contra del genocidio en Gaza y recibir felicitaciones de terroristas islámicos por tus críticas a Israel, y agachar luego la cabeza cuando el que logra pacificar la zona es Trump, al que antes has llamado retrógrado y fascista. Progreso es tener un récord de ministerios y que ninguno logre objetivo alguno después de freír a impuestos a los ciudadanos. Progreso es endeudar hasta las cejas a las generaciones venideras y que los servicios públicos funcionen peor que nunca, mientras se baten además todos los récords de pobreza infantil. Progreso es tener una ministra de Trabajo con rango de vicepresidenta, y que tu país esté a la cabeza del paro de toda la UE. Progreso es tener una vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, y no haber hecho nada para combatir el supuesto cambio climático al que recurres como cortina de humo para tapar tu imprevisión con los incendios. Progreso es decir que hay que ponerle freno y viajar luego en Falcon a un concierto. Progreso es asimismo tener un ministro de Transportes y que los cercanías se retrasen, el AVE se pare y las carreteras se inunden de baches. Progreso es tener apagones y no tener vivienda, en vez de tener vivienda y no apagones, que es algo de fascistas. Progreso es tener una ministra para la vivienda y lograr que no solo no haya vivienda, sino que la que queda sea además más cara que nunca después de haber prometido que construirías 184.000. Progreso es tener una ministra de Educación y quedar siempre los peores en el informe Pisa, tener un ministro de Cultura que es el más inculto de todos los ministros o un ministro de Derechos Sociales bajo cuyo mandato no se ha aprobado derecho tangible alguno. Progreso es tener una ministra de Igualdad y que los maltratadores sean o liberados o vigilados con pulseras low cost. Progreso es tener un ministro de Función Pública y dejar Muface al borde de la quiebra y una ministra de una juventud a la que privas de futuro al condenarla al salario mínimo si es que alguna vez lo consigue. Progreso es también, y esto es ya rizar el rizo del progreso, tener una ministra de Sanidad que alardea de la sanidad pública mientras esta alcanza las cotas más bajas en medio de su inacción y su palabrería vacua.