Tribuna

Que san Jorge sea el patrón de los escritores

En apenas unas horas nos sumergiremos en su fiesta. Honraremos a los modernos inventores de hidras y a sus escritos.

Que san Jorge sea el patrón de los escritores
Que san Jorge sea el patrón de los escritoresBarrio

En el Teruel de mi infancia no era infrecuente oír hablar de dragones. Entonces yo no sabía que esas criaturas míticas estaban en el ADN de los aragoneses -el rey Jaime I llegó a lucir uno a modo de jeroglífico en su célebre corona de “rey dragón” o d’aragón; la Vibra-, ni tampoco que su subsuelo estaba sembrado de dinosaurios que recordaban a esos monstruos. En Bronchales, un remoto pueblo de la provincia mencionado en el Cantar del Mío Cid, hubo un tiempo en el que creyeron que en sus cerros se escondía una bicha que hipnotizaba a los pastores y se comía los rebaños. No demasiado lejos, en Cuevas Labradas, los vecinos temían acercarse a cierta gruta de los lagartos, donde creían que habitaba una sierpe colosal. Fue una época en la que no hubo pueblo sin dragón. Por eso no debería extrañarnos que el patrón de aquellos territorios -aunque también de Santurce o Cáceres- terminara siendo san Jorge, caballero de la Capadocia, tal vez tribuno de Diocleciano, experto en dominar aquellas bestias.

Los siglos han ido fusionando sus historias hasta servírnoslas en un santoral trufado de imágenes en las que el arcángel san Miguel ajusticiando al mal se confunde con la del guerrero matando al dragón. Con los siglos, el día de san Jorge se integró con el del libro por una carambola histórica, y ahora, cada 23 de abril, nuestro país se llena de tenderetes con relatos que acogen la repetitiva metáfora del combate del bien contra el mal o del caballero frente al monstruo. Un 22 de abril de 1616 falleció en Madrid Miguel de Cervantes, el autor que inmortalizó a un hidalgo parecido al santo, presto a enfrentarse a encantamientos, gigantes o caballos voladores. Fue enterrado al día siguiente en la iglesia de las Trinitarias de Madrid, como William Shakespeare lo fue en la de la Santísima Trinidad de Stratford-upon-Avon. El inglés mencionó en sus obras de teatro, en no menos de veinte ocasiones, a esas bestias escupefuegos, estableciendo otro sutilísimo vínculo con uno de los iconos más recurrentes del imaginario medieval y abriendo el camino para que UNESCO aceptara en 1995 -a propuesta española, por cierto- celebrar el Día Mundial del Libro en la jornada de san Jorge y su dragón.

En apenas unas horas nos sumergiremos en su fiesta. Honraremos a los modernos inventores de hidras y a sus escritos. Yo lo haré en Barcelona, donde la celebración alcanzará niveles de paroxismo imposibles de igualar. Este año serán casi cuatrocientos los puntos de venta ambulante solo en la Ciudad Condal. Son el doble que los que se plantaban antes de la pandemia, y volverán a mover en una sola jornada el 20% de los títulos de todo el año. No existe un fenómeno así en el mundo. Quizá por eso, mi agenda para este miércoles es tan exagerada: ocho sesiones de firmas kilométricas, de una hora cada una, en otros tantos puntos de un corredor de tres kilómetros de tenderetes que se instalarán entre Gran de Gràcia y el mar. Me acordaré entonces -lo sé- de la bicha hipnotizadora de Bronchales, a la que pediré secreto auxilio para que me ayude mientras recorra a pie, a toda prisa, las distancias entre paradeta y paradeta, para llegar a tiempo a la siguiente sesión de dedicatorias.

Llevo un cuarto de siglo repitiendo el ritual y nunca dejo de maravillarme. La primera vez fue en el año 2000. Recuerdo que llegué con un ensayo sobre enigmas de las antiguas civilizaciones bajo el brazo y también que me sentaron entre una folklórica que vendía sus recetas de cocina y un popular colaborador del late night de moda. No firmé ni un libro, pero me divertí mucho dirigiendo el tráfico de sus respectivas colas. Puestos a ver metáforas en cada detalle del “Sant Jordi”, me sentí como aquel aprendiz de caballero que necesita familiarizarse con las extremidades del monstruo -las colas, claro- antes de poder mirarlo a los ojos sin miedo. ¿Y saben qué? Creo que mi entrenamiento aún no se ha completado. Todavía observo las filas de lectores con respeto, asombrándome de la capacidad de movilización que conservan los libros impresos en estos tiempos de sobreexposición audiovisual e inteligencia artificial. Viéndolas, me pregunto por qué no será san Jorge el patrón de los escritores, siendo como fue un santo más imaginario que histórico -su vida se dio por apócrifa hasta en el Concilio de Nicea-, que se enfrentó a un no menos novelesco “pestífero dragón” -Jacobo de la Vorágine dixit-, y cuya leyenda inspiró tantas historias de las que bebe nuestra moderna literatura. Sí. Lo proclamo. A tenor del milagro que desencadena cada 23 de abril, debería desplazar de su patronazgo a san Francisco de Sales y hasta al mismísimo Toth, dios de los escribas del antiguo Egipto. Y eso que al de Sales lo elevaron a semejante honor en 1923, el mismo año en el que la entonces Cámara Oficial del Libro de Barcelona sugirió por primera vez crear un Día del Libro en España, que terminó celebrándose un 7 de octubre, fecha de nacimiento de Cervantes.

Por todo esto defiendo que es San Jorge quien se ha ganado, a fuerza de mandoble, el honor de simbolizar al libro, a sus fantasías y a la épica lucha de los lectores por acceder a ellas, como ningún otro personaje de nuestro imaginario. Él es ya mi patrón.

Javier Sierraes escritor y firmará su novela «El plan maestro» el 23 de abril en la fiesta de Sant Jordi.