La situación

Quemar los libros

«Ningún libro salvará al asesino de ser considerado como tal, incluso por quienes lean el libro prohibido»

La fiscalía lleva semanas tratando de que un juzgado impida la venta de un libro sobre José Bretón, que asesinó a sus dos hijos y que fue condenado por ello en 2011. Por su lado, la editorial que lo publica ha decidido paralizar la distribución del ensayo en cuestión, ante la polémica generada.

Este es un episodio poco común. Que la madre de los niños asesinados pretenda evitar la publicación de ese libro es comprensible y justificable. Su dolor es inimaginable por cualquiera que no haya sufrido su desgracia, y está en su derecho de poner en marcha cualquier iniciativa que considere conveniente. Pero, ¿es razonable prohibir la publicación de un libro a estas alturas del siglo XXI?

Nos ha tocado vivir en una época marcada por el exceso comunicativo. Todos tenemos fácil acceso a las herramientas que permiten publicar con plena libertad, sea cierto o no lo que se publica. Cada día hay millones de mensajes en las redes sociales que en el mundo analógico serían castigados por constituir un delito condenado por las leyes. Y, sin embargo, tales delitos se cometen sin pausa a la vista de todos, en nuestros teléfonos móviles: insultos, calumnias, amenazas de muerte... Todo sale gratis si está en formato digital. Siendo así, ¿por qué impedir la publicación de contenidos incómodos en un formato tradicional, como es el libro?

En 1933, profesores y estudiantes seguidores de Hitler pusieron en marcha la costumbre de quemar obras de autores a los que pretendían cancelar. Durante el franquismo no se podían publicar en España determinados títulos. Las democracias no hacen tal cosa. Pero la exacerbación de lo políticamente correcto está provocando actitudes autoritarias, que pretenden forzar el mutismo de quien dice aquello que un sector determinado de la sociedad no quiere aceptar. Quien se atreve a discrepar o a proponer un pensamiento alternativo acaba en la hoguera.

Bretón protagonizó un crimen horrendo, y nada de lo que haga o diga ahora supondrá su absolución ante la opinión pública, ni mucho menos ante los tribunales. Ningún libro salvará al asesino de ser considerado como tal, incluso por quienes lean el libro prohibido.