Letras líquidas

Quilombo

Apuntan al agotamiento de fórmulas democráticas convencionales que necesitan actualizarse para conectar, sobre todo, con las nuevas generaciones que votan por el caos

Ahora que Mary Beard asegura que el populismo empezó con Julio César ya me quedo más tranquila. Al menos, dado el tiempo transcurrido y los ciclos de política sensata, responsable y mesurada que vinieron después, constatamos que hay esperanza, que no todo está perdido cuando los prestidigitadores de las soluciones fáciles aplican sus dotes a la gestión de lo común. El reverso de la teoría de la académica inglesa es que se van, pero vuelven. La demagogia se confirma consustancial al ser humano, tanto como sus ansias de poder, y la combinación genera riesgos y peligros ya exhibidos por la historia y guarda otros, seguro, aún por explorar. Pero ese carácter cíclico, indiscutible e inevitable, no puede eximir de las indagaciones en los impulsos colectivos que llevan a las sociedades a apostar por opciones o candidatos que rompen el «statu quo» y se deleitan en la extravagancia.

Ya ocurrió con el sobresalto del Brexit, con Trump en la Casa Blanca y ahora Milei suma Argentina a esa tendencia populista, vieja conocida del cono sur. Cada vez es menos sorpresa el encantamiento general que provoca un personaje como el ya presidente electo, tan excesivo, histriónico y desmedido; tampoco causa extrañeza la ruptura política, histórica y emocional con el peronismo y sus heterogéneas derivadas, alguna como la inflación tan argentinizada que pareciera que fluye bajo sus calles bien acomodada en el «subte». El asombro viene más por el carácter esencialmente destructivo de la elección: la opción sin reparos por propuestas dañinas (eliminación de controles en educación, sanidad o la legalización de la venta de órganos) que, aunque forman parte de las excentricidades dialécticas y el sistema logrará encauzarlas por su propia inercia, sí reflejan tendencias sociales autolesivas preocupantes. Y apuntan, además, al agotamiento de fórmulas democráticas convencionales que necesitan actualizarse para conectar, sobre todo, con las nuevas generaciones que votan por el caos, sin ambages ni ñoñerías. Puro quilombo.