El canto del cuco

Rafael Calvo Ortega

Eran otros tiempos, cuando ser ministro no estaba al alcance de cualquiera y cuando el ministro tenía empleo profesional fuera de la política, sin necesidad de recurrir a las puertas giratorias

Camino de Segovia, justo a la altura de San Rafael, donde nació Rafael Calvo Ortega, me enteré el sábado de su fallecimiento. Fue una misteriosa casualidad. Me acordé de él, mi hijo Rodrigo miró el móvil y exclamó: «¡Acaba de morir!». Se ha ido en silencio, a los 92 años, sin hacer ruido, sin el reconocimiento público que merecía el autor del Estatuto de los Trabajadores y el político que introdujo el cooperativismo en la Constitución. Están desapareciendo, pensé, los últimos testigos de la Transición y del período constituyente cuando los jabalíes han entrado con nocturnidad y alevosía en la florecida viña de la democracia y la concordia, y la están devorando. Es imposible no recordar con emoción y gratitud a aquellos políticos generosos y honrados, como Rafael Calvo –un arcángel con ojeras–, que fueron capaces de superar los viejos rencores, las divisiones y los enfrentamientos.

De ponerse el delantal de camarero en el bar familiar siendo estudiante, a doctor en Derecho por Salamanca y por Bolonia con premio extraordinario en las dos Universidades y, con el tiempo, catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Complutense y académico de Jurisprudencia y Legislación. Calvo Ortega ostentaba, como se ve, una brillantísima carrera académica antes y después de meterse en política. Eran otros tiempos, cuando ser ministro no estaba al alcance de cualquiera y cuando el ministro tenía empleo profesional fuera de la política, sin necesidad de recurrir a las puertas giratorias. Lo suyo era la economía social y la mediación para resolver conflictos. Fue senador en las Cortes constituyentes, diputado de UCD y eurodiputado del CDS. De 1978 a 1980 fue ministro de Trabajo y Previsión Social con Suárez. Le tocó vivir en su propia carne la crisis de UCD, partido del que llegó a ser secretario general, y las turbulencias que condujeron a su liquidación y al nacimiento del CDS, de efímera vida.

Rafael Calvo Ortega fue un hombre de Adolfo Suárez. Él y Agustín Rodríguez Sahagún fueron los dos alfiles del suarismo, al que mantuvieron lealtad hasta el último minuto, a pesar de algunas desavenencias y desconsideraciones. Centristas, liberales, católicos, con fuerte sentido social y honrados a carta cabal. Así los veo ahora desde la distancia. Es una especie política casi desaparecida. Tuve la suerte de conocer a estos hombres de cerca. Sé de lo que hablo. Observé su voluntad de servicio al pueblo y su desprendimiento. Y guardo para mí algunos secretos de aquellos tiempos que tienen que ver con ellos y con la Corona. ¡Buen viaje, Rafael, en San Rafael luce, precioso, el otoño!