
Canela fina
Raphael
«Con la esperanza del pronto regreso del artista, superado el cáncer cerebral, a sus espectáculos y al éxito internacional»
Le visité en su piso de la calle María de Molina, cuando empezaba. Le seguí de cerca en festivales y concursos en los que triunfó. Arrolló en el Moscú de la Unión Soviética. Asombró al mundo de la canción en todos los continentes. Asistí a su espectáculo en Madrid, en Santiago de Chile, en Buenos Aires, en México, en Puerto Rico… donde la gente enloqueció con él y acudí a su camerino para felicitarle. Acompañado por los hijos de Vicente Zabala, estuve en su casa de Miami, tras la muerte del inolvidable crítico taurino del ABC verdadero. Demostró también ser un excelente actor de teatro y recorrió el cine y la televisión con autoridad artística. Sentía yo por Raphael una admiración inacabable, si bien mantenía reservas como ser humano.
Estaba equivocado. Sin avisar, vino a verme al periódico después del trasplante que le impusieron en una operación atroz. En mi despacho, conversamos durante dos largas horas. Me habló de la vida y de la muerte con serenidad, con profundidad. Abdicada su envoltura de divo, apareció allí el verdadero Raphael, tan humano y sensible.
Me di cuenta entonces por qué había enamorado a Natalia Figueroa, con la que formó una familia ejemplar y consolidó una relación que se prolonga desde hace más de cincuenta años. Durante mi adolescencia, Natalia era la atracción de todos. Tenía la cara llena de ojos azules. Nieta de Romanones, la inteligencia encendía su piel entera. Recuerdo vagamente las conversaciones que mantuvimos en nuestras visitas al Museo del Prado. Leí sus dos primeros libros, Decía el viento y Palabras nuevas, entre cuyas letras se movía Juan Ramón Jiménez. Admirada por Mingote, uno de los cien españoles destacados del siglo XX conforme a la encuesta de Iberonews, se convirtió en una figura imprescindible. Su tía, la entonces condesa de Quintanilla, organizaba en su casa cenas a las que, entre cuadros de Goya y esculturas romanas, asistían pintores, escultores, filósofos, periodistas, mujeres y hombres de las Letras… Consiguió una noche que Lola Flores se arrancara con el Ay pena, penita, pena. La bailaora me dijo: «Solo Natalia puede conseguir que yo cante en una cena privada. La admiro en todo».
Raphael es una figura internacional. Lo fue al principio sin Natalia y lo hubiera sido sin ella. Si hay una persona en España capaz de hacer frente al cáncer de cerebro y retornar al éxito es Raphael. Escribo yo estas líneas desde la esperanza del pronto regreso del artista al espectáculo internacional.
Luis María Anson, de la Real Academia Española
✕
Accede a tu cuenta para comentar