Letras líquidas

El 8-M... y respirar en Irán

Estaría bien ampliar el foco de este 8-M y dedicarlo a esas mujeres valientes que, a miles de kilómetros de aquí, se juegan la vida rodeadas por la más descarnada discriminación

Qom es la segunda ciudad santa de Irán y referente mundial de los estudios islámicos chiítas. Repleta de escuelas y madrazas, miles de estudiantes acuden a sus aulas para formarse. Todos ellos son, por supuesto, hombres. Décadas de oscurantismo del régimen de los ayatolás han evidenciado que el ámbito de la educación es espacio prohibido para las mujeres. Y no solo en sus etapas universitarias. El veto comienza bien pronto. Qom, precisamente, ha acaparado la atención internacional estos días por los casos de envenenamiento con un gas tóxico a cientos de alumnas en colegios femeninos (aunque la barbarie se ha extendido ya, al menos, a veinte ciudades más). El objetivo es atemorizar a las familias y forzar a que claudiquen en su afán de formar a las niñas: algunas han requerido ingreso hospitalario y todas se han sumado a esa lista infame de víctimas inocentes que no para de crecer desde la muerte de la joven Mahsa Amini el pasado septiembre cuando se encontraba bajo custodia de la policía moral por llevar el velo mal puesto.

Las protestas, que se han sucedido desde entonces en las calles y en las redes, han elevado a causa global la situación de las iraníes. Ni rastro de lo que fueron en la década de los 70, cuando destilaban modernidad. La antigua Persia se ha ganado, con ese pulso radical y machista, formar parte de los lugares del mundo en los que nacer mujer obliga a elegir entre sumisión o heroicidad, en los que se las despoja de la ciudadanía de pleno derecho y la vida cotidiana muta en odisea. Y se equipara así con Afganistán, sociedad sometida al burka talibán; con Costa de Marfil, donde más de la mitad no ha aprendido a leer ni a escribir; con Somalia, que concentra la tasa de prevalencia más elevada del mundo de mutilación genital, el 98 por ciento, o con Yemen, sin una sola yemení en el parlamento y donde hasta el 17 por ciento de las adolescentes de entre 15 y 19 años son forzadas a contraer un matrimonio que, por supuesto, no desean.

Y mientras estos infiernos siguen en la Tierra, aquí en España, el feminismo se pierde en peleas partidistas, fracturado, pese a que su fortaleza radica en la potencia de su transversalidad. Sin eludir la necesaria pelea por la equiparación real, por la eliminación de los micromachismos que aún nos rodean y de las trabas que desnivelan, estaría bien ampliar el foco de este 8-M y dedicarlo a esas mujeres valientes que, a miles de kilómetros de aquí, se juegan la vida rodeadas por la más descarnada discriminación. Una conmemoración para todas ellas, que merecen igualdad, educación y también, qué menos, respirar en paz.