Editorial

El sanchismo abona el terreno a la pobreza

Lo que plantea el régimen de Sánchez al capital foráneo es un marco de inseguridad jurídica, hostilidad fiscal, obstáculos administrativos y cotizaciones desmedidas envuelto en una crisis sistémica por corrupción y suspensión parlamentaria

En política también se suele recoger lo que se siembra. Los golpes de fortuna duran lo que duran, pero resulta insoslayable que el tiempo pone a cada uno en su sitio por más poderosa que sea la propaganda y más intenso y redondo el embeleco. Por encima de la retórica, y el famoso relato, está la rotunda realidad que expresan las cifras y, aunque también es cierto que las interpretaciones de toda estadística las puede cargar el diablo, hay números que encajan pésimamente las manipulaciones por rotundos e incuestionables. Pedro Sánchez, por ejemplo, no se reprime ni siquiera mínimamente en jactarse de su milagro económico que ha disparado a nuestro país como la gran locomotora económica de Europa. Si bien existen las estadísticas oficiales en las que se fundamenta esa política excelsa, refrendadas por algunos organismos internacionales, no es menos cierto que se festeja una verdad a medias, desenfocada, que esconde los estragos y las carencias de la economía real que padecen millones de españoles y que repercute con significativa incidencia en la imagen del país fuera de nuestras fronteras. La España sanchista no es más rica ni próspera, sino al contrario, como saben bien las empresas y sobre todo las familias. Los negativos ratios del PIB per cápita o los índices de pobreza o exclusión social con los que lideramos en Europa, por no hablar del paro endémico o la deuda astronómica, trazan un retrato gris y depresivo. Hay más parámetros igualmente significativos que ponen el acento en cómo se aproximan fuera de España a las políticas sanchistas y el juicio que merecen en cuanto a confianza y credibilidad. Publicamos hoy que la inversión extranjera en el país, clave para cualquier desarrollo y progreso económico en este mundo global, se ha hundido un 45% durante el primer trimestre del año. Es nada menos que un 30% inferior a la media de la última década. La España del gobierno de la izquierda y sus aliados ha dejado de ser un destino atractivo para aquellos que se arriesgan a sostener proyectos y negocios en territorios ajenos. Lo peor es que bajo criterios meramente objetivos y de rentabilidad este desinterés no anda huérfano de razones. El sanchismo se ha preocupado de convertirnos en un medio inhóspito y hasta desagradable con un discurso en el seno del gobierno que señala a los inversores como sospechosos o, peor aún, como sujetos que deben ser explotados fiscalmente. Lo que plantea el régimen de Sánchez al capital foráneo es un marco de inseguridad jurídica, hostilidad fiscal, obstáculos administrativos y cotizaciones desmedidas envuelto en una crisis sistémica por corrupción y suspensión parlamentaria. Con países decididos a fomentar la competitividad de sus economías con impuestos bajos, la elección para el dinero, que no suele ser valiente, resulta obvia. Sánchez no rectificará y España se quedará atrás.