Mirando la calle

A Sandra Peña

«Las cicatrices del acoso infantil duran para siempre»

Hace veintitrés años, mi hijo mayor sufrió bullying. Padeció muchos meses ese acoso terrible, hasta que yo lo advertí. Acababa de casarme de nuevo y andaba despistada tratando de orquestar mi nueva familia y, aunque en el colegio yo misma había sentido cierta estigmatización por ser madre divorciada (como lo leen, hace veintitrés años aún pasaban estas cosas), ni se me pasó por la cabeza que esa actitud de los progenitores redundaría en el comportamiento de sus hijos.

No quiero detallar por lo que pasó él, pero sí relatar mi encuentro con la psicóloga del centro. Me exigió que acudiera acompañada de mi exmarido y me recibió con displicencia. Yo me senté, angustiada, como cualquier madre que descubre ese horror, desde la impotencia, y escuché su primera reflexión: «¿Y no será que su hijo es el plasta de clase?». Abrí los ojos hasta el infinito, mientras sentía una ira que difícilmente podría controlar. «¿Cómo dice?», repregunté con cara de pocos amigos. Y luego, sin dejarle hablar y desestimando las órdenes de mi ex, que me reclamaba que me callara porque «ella era la que sabía», le espeté: «Usted no es psicóloga. Un psicólogo jamás diría algo así. Enséñeme su título». El rostro de la mujer cambió de color… Ella, naturalmente, no era psicóloga, sino tan solo una de las propietarias de ese centro (concertado) tan reconocido y valorado, donde conseguir plaza requería recomendación y hasta enchufe… No quise hacer sangre (igual hubiera debido hacerla), porque conocía a la otra parte de la propiedad y su dedicación de muchos años a la formación de los chicos. Me llevé al instante a mi hijo a otro colegio, donde, por suerte, encontró la felicidad plena. Antes, avisé de que si me enteraba de que esa señora seguía haciéndose pasar por psicóloga, la denunciaría, como también al colegio.

Ahí acabó la pesadilla, aunque las cicatrices del acoso infantil duran para siempre… Otros padres no tienen mi carácter, ni las mismas posibilidades para llevarse a un niño de un centro a otro. Otros padres piden ayuda desesperadamente en el colegio, no la reciben y, un buen día, se encuentran con la tragedia. Como los de Sandra Peña… A ellos y a ella les dedico este artículo, que me duele de principio a fin.