Tribuna
Ser como jueces
No querían ser esos «secretarios» pero tampoco identificarse con los funcionarios de la Administración de Justicia
Salvo que usted se relacione con el mundo judicial o su tiempo le permita escudriñar la prensa hasta sus últimos rincones, no sé si se ha enterado que en las últimas semanas hubo una huelga de Letrados de la Administración de Justicia, los LAJ. Ya ha finalizado ¿Cómo? Pues el Ministerio de Justicia cerrando un conflicto antes de meternos en tiempos electorales y los huelguistas captando que era mejor aceptar lo que se les diese que mantener un pulso que ya se les hacía cuesta arriba y, además, ganándose la inquina de no pocos.
Como los pormenores de lo pactado son secundarios, los omito. Sólo diré que acabaron aceptando una subida salarial que, imagino, habrá sido recibida con desigual aceptación. Pero si me ocupo ahora de este conflicto no es tanto porque tenga especial relevancia –¿cuántos más hay en medio de tantos problemas?– sino como paradigma de los desajustes de nuestra Justicia. O por decirlo de otra forma, de la falta de un diseño que responda a un modelo racional y moderno.
Que ese modelo no existe lo prueba que acabada esa huelga se va a abrir otro conflicto: si los LAJ logran una subida salarial el resto de los funcionarios judiciales querrán lo mismo y su huelga sí que sería demoledora. Se advierte así ese síntoma indicativo de que un sistema funcionarial entra en crisis cuando cada uno se busca la vida por su cuenta, a la caza de subidas lineales, patología propia de cuando no hay una idea de cuál debe ser ese sistema funcionarial.
Los LAJ son los antiguos Secretarios Judiciales, dignísimo nombre que repudiaron porque se veían como secretarios particulares del juez, su jefe. Un prejuicio que si algo mostraba era una crisis de identidad y mal les ha ido cuando erraron en busca de un argumento vital que les diese sustancia propia. No querían ser esos «secretarios» pero tampoco identificarse con los funcionarios de la Administración de Justicia –¿qué de indigno hay en eso?– y su obsesión ha sido «ser como». Así lo demostró una portavoz de los huelguistas que no sabía decir qué son, sólo balbuceó sus términos de equiparación: que son como jueces o notarios. No le oí idea alguna sobre qué debe ser un Letrado en una organización judicial moderna y eficiente.
Vaya por delante que siempre les he considerado una pieza clave para la Administración de Justicia. Mi experiencia es que todo va bien cuando un LAJ se involucra, organiza, controla, sabe liderar, hace equipo, ejerce habilidades gerenciales, lo que debería ser el criterio para seleccionarles y formarles. Puestos a indagar modelos de redención profesional –y en coherencia con la antigua denominación de «secretarios»– apuntaría a los Técnicos de la Administración Civil del Estado, es decir, expertos en gestionar esos medios materiales y humanos que están para que el juez realice eficazmente su función constitucional de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Pero mal vamos si su objetivo es ser «como un juez» y llevados de un acomplejamiento absurdo, se consideraban humillados porque se veían «al servicio» del juez, cuando lo están al de la Justicia que, claro, imparte ese juez por mandato constitucional. Pero puestos a dar sentido al nombre –«letrados»– y a emplearlo con propiedad, bien podrían indagar en lo que hacen otros «letrados». Ahí están los letrados del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional o los que conforman Cuerpos de prestigio como los del Consejo de Estado o de las Cortes y a ninguno se les caen los anillos por trabajar al servicio de vocales o magistrados, consejeros o parlamentarios.
En el fondo son víctimas de un sistema judicial no ya decimonónico, ni siquiera vetusto, sino momificado, aunque tampoco ellos han ayudado proponiendo un sistema idóneo y moderno. Su devenir ha sido mareante. Allá por 1985 no quisieron depender del Consejo General del Poder Judicial, prefirieron depender del Ejecutivo, lo que permitió al poder político alumbrar un modelo mínimo en el que la Justicia nace y muere en los jueces, apartando al Poder Judicial de los medios que permiten juzgar. Los actuales LAJ repudiaron ser esos medios eficaces para ese fin y, en su lugar, quisieron ser como ese fin a golpe de imitación, llegando hasta lo anecdótico.
Esa dependencia ministerial ha permitido que vaya cuajando la idea de la Justicia como servicio administrativizado, los órganos judiciales como barcos con dos capitanes, uno integrante del Poder Judicial, otro funcionario de obediencia ministerial y el proceso no en instrumento que satisfaga el derecho a la tutela judicial, sino materia troceable para la redención profesional de los LAJ. Olvidado queda desmomificar nuestra Justicia a base de un nuevo mapa judicial, una oficina judicial eficiente, generalizar tribunales de instancia, resucitar aquella Justicia de Distrito y hacer de los LAJ verdaderos gerentes o letrados de verdad, no parajueces.
José Luis Requeroes magistrado.
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