El canto del cuco

Por si suena la gaita en Galicia

Se ha montado un zipizape contra Feijóo para impedir, a la desesperada, que el Partido Popular consiga una nueva mayoría absoluta en su tierra

Siempre hay algún alma de cántaro en el PP que, por frivolidad, por ganas de quedar bien o por cortedad mental, se presta en los momentos políticos clave a proporcionar a los medios hostiles material, casi siempre infundado, contra su propio partido. Son los tontos del bote. Acostumbran a dar pie a que el servicial cronista del periódico gubernamental difunda la idea de que existe desconcierto, malestar o fuertes desavenencias internas en el partido de la oposición. Esa imagen de desconcierto, de desunión o desánimo, corregida y aumentada, se multiplica inmediatamente en los demás medios, cercanos y lejanos. La portavoz del Gobierno aprovecha el resquicio para pedir explicaciones y criticar con dureza al jefe de la oposición. No importa que su papel debiera ceñirse a dar cuenta de lo tratado en el Consejo de ministros. No falla. Cualquier minucia se magnifica. Cualquier frase se saca de contexto. Cualquier silencio se convierte en sospechoso. Así se fabrica la bola de nieve de la ignominia, sobre todo en tiempos electorales.

La campaña de las elecciones gallegas es un buen ejemplo. Se ha montado un zipizape contra Feijóo para impedir, a la desesperada, que el Partido Popular consiga una nueva mayoría absoluta en su tierra. Una conversación informal o confidencial con periodistas se ha sacado de quicio, tratando de hacer creer que el dirigente popular está poco menos que dispuesto a amnistiar a Puigdemont. Es mentira. Todo el mundo sabe que eso es rigurosamente falso. Hasta las piedras de las calles hablarían. Lo único que hace el dirigente popular es abrir la puerta al indulto, si viene al caso, en circunstancias propicias y con una serie de condiciones ineludibles, que ahora no se dan. Todo, dentro de lo razonable. Nada nuevo. Nada contradictorio. Todo coherente. Pues se ha armado el alboroto y hasta se han esparcido sospechas de encuentros secretos y comprometedores con los separatistas catalanes, no pensando en aclarar las cosas, sino en enturbiar la campaña a ver si suena el domingo la gaita gallega por casualidad.

A este gatuperio han contribuido, como queda dicho, los churrulleros y almas de cántaro del PP que confunden el culo con las témporas; pero también la deficiente política de comunicación del partido, con una cacofonía de portavoces, cada uno cantando en tono diferente. Falta, visto desde fuera, coordinación y profesionalidad. Esto es peligroso en una campaña electoral, que debe intensificarse según pasan los días en lugar de perder fuerza en la última semana, como pasó en las generales de julio y puede estar pasando en las gallegas del domingo.