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El trípode
La tempestad y la calma
Si no queremos que la barca con toda la humanidad a bordo naufrague en esta singular guerra mundial, imploremos la calma al Rey de la paz
Tras la tempestad viene la calma» es una frase que todos conocemos, y que estos días tan señalados para los cristianos de los cinco continentes, tiene un acento especial por varios motivos que encuentran su
fuente originaria en la Sagrada Escritura. Uno de estos relatos es el episodio de Jesús a bordo de una embarcación con sus discípulos navegando por el mar de Galilea –también llamado lago de Genesaret– cuando se ven sorprendidos por una tormenta que amenaza con hacerles zozobrar. Desesperados, acuden en busca de auxilio al Maestro, que parece descansar tranquilo dormido en la popa: «¡Señor, despierta que perecemos!».
Los evangelios sinópticos –Mateo, Lucas y Marcos– recogen con similar descripción la secuencia de los hechos, con Jesús que se incorpora e increpa a los vientos y a las olas, que instantáneamente se disipan y aflora una calma total. El Señor recriminará a sus discípulos: «Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?». Después, ellos se interrogan: «¿Quién es éste que hasta las olas y los vientos le obedecen?».
No es exagerado afirmar que vivimos tiempos de cierta tribulación, con la secuencia de acontecimientos desencadenados desde el inicio de esta década, con la pandemia de la Covid-19, seguida de la
guerra mundial no declarada y que por fascículos está librando Occidente liderado por Estados Unidos contra Rusia, con China en la retaguardia y Ucrania como su teatro de operaciones y víctima principal. Es una guerra por un nuevo escenario geopolítico mundial, en el que EEUU no se resigna a perder su papel de gran superpotencia hegemónica surgida de su victoria en la Guerra Fría mantenida con la URSS desde 1945 hasta su desaparición en diciembre de 1991.
Xi Jinping y Putin firmaron en Pekín en febrero del pasado año un Tratado de cooperación bilateral que ambos signatarios calificaron de «histórico y sin precedentes». En él abogaron por un «nuevo orden multipolar», y unos días después comenzaba la «operación militar especial» en Ucrania, lo que no deja margen de dudas al respecto. La Guerra Fría terminó sin batalla militar alguna porque subyacía una guerra espiritual, y debía afrontarse con el arma espiritual que le había sido anunciada a la humanidad en Fátima: La consagración de Rusia al ICM. Cuando san Juan Pablo II «utilizó esa arma», el Muro de Berlín y la URSS se desplomaron como castillos de naipes.
Si no queremos que la barca con toda la humanidad a bordo naufrague en esta singular guerra mundial, imploremos la calma al Rey de la paz. Para afrontar una batalla espiritual, con armas espirituales.
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